Page 130 - veinte mil leguas de viaje submarino
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Los salvajes se aproximaron, sin correr pero prodigándo-nos las demostraciones más
hostiles, bajo la forma de una lluvia de piedras y de flechas.
Ned Land no se había resignado a abandonar sus provi-siones, y pese a la inminencia del
peligro, no emprendió la huida sin antes coger su cerdo y sus canguros.
Apenas tardamos dos minutos en llegar a la canoa. Car-garla con nuestras armas y
provisiones, botarla al mar y co-ger los remos fue asunto de un instante. No nos habíamos
distanciado todavía ni dos cables cuando los salvajes, aullando y gesticulando, se metieron
en el agua hasta la cin-tura. Esperando que su aparición atrajera a la plataforma del Nautilus
algunos hombres, miré hacia él. Pero el enorme aparato parecía estar deshabitado.
Veinte minutos más tarde subíamos a bordo. Las escoti-llas estaban abiertas. Tras amarrar
la canoa, entramos en el Nautílus.
Descendí al salón, del que se escapaban algunos acordes. El capitán Nemo estaba allí,
tocando el órgano y sumido en un éxtasis musical.
Capitán.
No me oyó.
Capitán dije de nuevo, tocándole el hombro.
Se estremeció y se volvió hacia mí.
¡Ah! ¿Es usted, señor profesor? ¿Qué tal su cacería? ¿Ha herborizado con éxito?
Sí, capitán, pero, desgraciadamente, hemos atraído una tropa de bípedos cuya vecindad
me parece inquietante.
¿Qué clase de bípedos?
Salvajes.
¡Salvajes! dijo el capitán Nemo, en un tono un poco iró-nico . ¿Y le asombra, señor
profesor, haber encontrado sal-vajes al poner pie en tierra? ¿Y dónde no hay salvajes? Y
es-tos que usted llama salvajes ¿son peores que los otros?
Pero, capitán...
Yo los he encontrado en todas partes.
Pues bien respondí , si no quiere recibirlos a bordo del Nautilus, hará bien en tomar
algunas precauciones.