Page 125 - veinte mil leguas de viaje submarino
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Ned Land siguió la costa hacia el Oeste. Luego, tras haber vadeado algunos torrentes,
llegamos a un altiplano bor-deado de magníficos bosques. A lo largo de los cursos de agua
vimos algunos martines pescadores que no aceptaron nuestra proximidad. Su
circunspección probaba que aque-llos volátiles sabían a qué atenerse sobre los bípedos de
nuestra especie, y de ello inferí que si la isla no estaba habita-da era, por lo menos,
frecuentada por seres humanos.
Tras haber atravesado una tupida pradera, llegamos al lindero de un bosquecillo animado
por el canto y el vuelo de un gran número de pájaros.
Sólo pájaros -dijo Conseil.
Los hay también comestibles respondió el arponero.
No éstos, amigo Ned replicó Conseil , pues no veo más que loros.
Conseil, el loro es el faisán de los que no tienen otra cosa que comer dijo gravemente
Ned.
A lo que yo añadiré intervine que este pájaro, conve-nientemente preparado, puede
valer la pena de arriesgar el tenedor.
En medio del follaje del bosque, todo un mundo de loros volaba de rama en rama, sin más
separación entre sus garri-duras y la lengua humana que la de una más cuidada educa-ción.
Por el momento, garrían en compañía de cotorras de todos los colores, de graves
papagayos, que parecían medi-tar un problema filosófico, mientras loritos reales de un rojo
brillante pasaban como un trozo de estambre llevado por la brisa, en medio de los cálaos de
ruidoso vuelo, de los pa-púas, esos palmípedos que se pintan con los más finos mati-ces del
azul, y de toda una gran variedad de volátiles muy hermosos pero escasamente comestibles.
Aquella colección carecía, sin embargo, de un pájaro pro-pio de estas tierras hasta el punto
de que nunca ha salido de los límites de las islas de Arrú y de las islas de los Papúas. Pero
la suerte me tenía reservada la posibilidad de admirarlo al poco tiempo. En efecto, después
de atravesar un soto de escasa frondosidad nos encontramos en una llanura llena de
matorrales. Fue allí donde vi levantar el vuelo a unos magníficos pájaros a los que la
disposición de sus largas plu-mas obligaba a dirigirse contra el viento. Su vuelo ondulado,
la gracia de sus aéreos giros y los reflejos tornasolados de sus colores atraían y encantaban
la mirada. Pude reconocerlos sin dificultad.
¡Aves del paraíso! exclamé.
Orden de los paseriformes, sección de los clistómoros respondió Conseil.
¿Familia de las perdices? preguntó Ned Land.
No lo creo, señor Land, pero cuento con su pericia para atrapar a uno de estos
maravillosos productos de la natura-leza tropical.