Page 127 - veinte mil leguas de viaje submarino
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Si el señor lo examina de cerca, podrá ver que no he teni-do gran mérito.

                   ¿Porqué, Conseil?

                   Porque este pájaro está borracho.

                   ¿Borracho?

                   Sí, señor. Ebrio de la nuez moscada que estaba comien-do en la mirística en que lo he
                  encontrado. Vea, amigo Ned, vea los terribles efectos de la intemperancia.

                   ¡Mil diantres!  replicó el canadiense . ¡Mira que echar-me en cara la ginebra que he
                  bebido desde hace dos meses!

                  Al examinar al curioso pájaro vi que Conseil no se equi-vocaba. El ave del paraíso,
                  embriagada por el jugo espirituo-so, estaba reducida a la impotencia, incapaz de volar y
                  ape-nas de andar. Pero eso no me preocupaba y le dejé dormir «la mona».

                  Nuestra presa pertenecía a la más hermosa de las ocho es-pecies conocidas en Papuasia y
                  en la islas vecinas, es decir, a la llamada «gran esmeralda» que es, además, una de las más
                  raras. Medía unos tres decímetros de largo. Su cabeza era re-lativamente pequeña y los
                  ojos, situados cerca de la abertura del pico, eran también de pequeño tamaño. Todo él era
                  una sinfonía de colores: el amarillo del pico, el marrón de las pa-tas y de las uñas, el siena
                  de las alas que en sus extremidades se tornaba en púrpura, el amarillo pajizo de la cabeza y
                  del cuello, el esmeralda de la garganta, el marrón de la pechuga y del vientre. Las plumas,
                  largas y ligeras de la cola, de una fi-nura admirable, realzaban la belleza de este
                  maravilloso pá-jaro, poéticamente llamado por los indígenas «pájaro de sol».

                  Yo deseaba vivamente poder llevar a París aquel soberbio ejemplar de ave del paraíso, a fin
                  de donarlo al Jardín de Plantas, que no posee ninguno vivo.

                   ¿Es, pues, tan raro?  preguntó el canadiense, con el tono del cazador poco inclinado a
                  estimar la caza desde un punto de vista artístico.

                   Muy raro, sí, y, sobre todo, muy difícil de capturarlo vivo. Y aun muertos, estos pájaros
                  son objeto de un comer-cio muy activo. Por eso, los indígenas han llegado incluso a
                  fabricarlos, como se hace con las perlas y los diamantes.

                   ¿Cómo?  dijo Conseil . ¿Es posible falsificar las aves de paraíso?

                   Sí, Conseil.

                   ¿Y conoce el señor el procedimiento de los indígenas?

                   Sí. Durante el monzón del Este, las aves del paraíso pier-den las magníficas plumas que
                  rodean su cola, esas plumas que los naturalistas han llamado subalares. Los falsificado-res
                  recogen esas plumas y las adaptan con mucha destreza a una pobre cotorra previamente
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