Page 129 - veinte mil leguas de viaje submarino
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Pero me doy cuenta de que estoy pareciéndome al cana-diense. ¡Heme aquí en éxtasis ante
una parrillada de cerdo fresco! Espero que se me perdone como yo se lo he perdona-do a
Ned Land, y por los mismos motivos.
La cena fue excelente. Dos palomas torcaces completaron la extraordinaria minuta. La
fécula de sagú, el pan del arto-carpo, unos cuantos mangos, media docena de ananás y un
poco de licor fermentado de nueces de coco nos alegraron el ánimo, hasta el punto de que
las ideas de mis companeros, así me lo pareció, llegaron a perder algo de su solidez
habi-tual.
¿Y si no regresáramos esta noche al Nautilus? dijo Con-seil.
¿Y si no volviéramos nunca más? añadió Ned Land.
Apenas había acabado de formular su proposición el ar-ponero cuando cayó una piedra a
nuestros pies.
22. El rayo del capitán Nemo
Miramos hacia el bosque, sin levantarnos. Mi mano se había detenido en su movimiento
hacia la boca, mientras la de Ned Land acababa el suyo.
Una piedra no cae del cielo dijo Conseil , a menos que sea un aerolito.
Una segunda piedra, perfectamente redondeada, que arrancó de la mano de Conseil un
sabroso muslo de paloma, dio aún más peso a la observación que acababa de proferir.
Nos incorporamos los tres, y tomando nuestros fusiles nos dispusimos a repeler todo
ataque.
¿Son monos? preguntó Ned Land.
-Casi respondió Conseil . Son salvajes.
-A la canoa dije, a la vez que me dirigía a la orilla.
Conveniente, en efecto, era batirse en retirada, pues una veintena de indígenas, armados de
arcos y hondas, había he-cho su aparición al lado de unos matorrales que, a unos cien pasos
apenas, ocultaban el horizonte a nuestra derecha.
La canoa se hallaba a unas diez toesas de nosotros.