Page 122 - veinte mil leguas de viaje submarino
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Pues adelante, Ned, a su gusto. Est os aquí para hacer experimentos. Hagámoslos.
No llevará mucho tiempo respondió el canadiense.
Y, provisto de una lupa, encendió un fuego con ramas secas que chisporrotearon
alegremente. Mientras tanto, Con-seil y yo escogíamos los mejores frutos del artocarpo.
Algu-nos no habían alcanzado aún un grado suficiente de madu-rez y su piel espesa
recubría una pulpa blanca pero poco fibrosa. Otros, en muy gran número, amarillos y
gelatinosos estaban pidiendo ser ya cogidos.
Los frutos no contenían hueso. Conseil llevó una docena de ellos a Ned Land, quien los
colocó sobre las ascuas tras haberlos cortado en gruesas rodajas.
Verá usted, señor, lo bueno que es este pan decía.
Sobre todo, cuando se ha estado privado durante tanto tiempo dijo Conseil.
Es más que pan añadió el canadiense , es obra de res-postería, y delicada. ¿No la ha
comido usted nunca?
No, Ned.
Pues prepárese a probar una cosa suculenta. Si no es así, dejo yo de ser el rey de los
arponeros.
Al cabo de algunos minutos, la parte de los frutos expues-ta al fuego quedó completamente
tostada. Por dentro apare-ció una pasta blanca, como una tierna miga, cuyo sabor
re-cordaba el de la alcachofa. Hay que reconocerlo, era un pan excelente y lo comí con gran
placer.
Desgraciadamente dije- esta pasta no puede conser-varse fresca. Es inútil, por tanto,
que llevemos una provisión a bordo.
¡Ah, no! exclamó Ned Land . Habla usted como un na-turalista, pero yo voy a actuar
como un panadero. Conseil, haga usted una buena recolección de frutos, que cogeremos a
la vuelta.
¿Cómo va a prepararlo, entonces? -le pregunté.
Haciendo con su pulpa una pasta fermentada que se conservará indefinidamente sin
pudrirse. Cuando quiera emplearla, la coceré en la cocina y verá usted cómo a pesar de su
sabor un poco ácido estará muy rica.
Así, Ned, veo que no le falta nada a este pan...
Sí, señor profesor, le faltan algunas frutas o al menos al-gunas legumbres.