Page 117 - veinte mil leguas de viaje submarino
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Eran las tres de la tarde y la marea alcanzaba ya casi la pleamar. El Nautilus se acercó a
                  aquella isla, todavía intacta en mi memoria con su hilera de pandanes. Navegábamos a unas
                  dos millas de la isla, cuando, súbitamente, un choque me derribó. El Nautilus acababa de
                  tocar en un escollo, y quedó inmovilizado tras bascular ligeramente a babor. Cuando me
                  reincorporé, vi en la plataforma al capitán Nemo y a su segundo examinando la situación
                  del barco y hablando en su incomprensible idioma.

                  A dos millas, por estribor, se divisaba la isla Gueboroar, cuya costa se redondeaba desde el
                  Norte al Oeste como un inmenso brazo. Hacia el Sur y el Este el reflujo comenzaba a dejar
                  al descubierto las crestas de algunos arrecifes de coral. Habíamos tocado de lleno y en uno
                  de esos mares que tienen mareas pobres, lo que dificultaba la puesta a flote del Nauti-lus.
                  Sin embargo, éste no parecía haber sufrido ninguna ave-ría gracias a la extraordinaria
                  solidez de su casco. Pero si no podía abrirse ni irse a pique, sí corría el riesgo, en cambio,
                  de permanecer para siempre aprisionado en esos escollos. Así, tal vez había acabado allí su
                  carrera el aparato submarino del capitán Nemo.

                  En tales términos me planteaba yo la situación, cuando el capitán, frío y tranquilo, tan
                  dueño de sí como siempre, sin manifestar la más mínima emoción o contrariedad, se
                  acer-có a mí.

                   ¿Un accidente?  le pregunté.

                   No; un incidente  me respondió.

                   Pero un incidente que puede obligarle a ser nuevamente un habitante de esa tierra de la
                  que huye.

                  El capitán Nemo me miró de un modo singular e hizo un gesto de negación, claramente
                  expresivo de su convicción de que nada le obligaría nunca a regresar a tierra. Luego, me
                  dijo:

                   Señor Aronnax, el Nautilus no está perdido, tranquilice-se. Volverá a ofrecerle el
                  espectáculo de las maravillas del océano. Nuestro viaje no ha hecho más que comenzar, y
                  yo no deseo privarme tan pronto del honor de su compañía.

                   Y, sin embargo, capitán Nemo -le dije, sin darme por en-terado del tono irónico de sus
                  palabras , el Nautilus ha en-callado en el momento de la pleamar. Y dado que las mareas
                  son débiles en el Pacífico y que no puede usted deslastrar al Nautilus (lo que me parece
                  imposible), no veo cómo va a sa-carlo a flote.

                   Tiene usted razón, señor profesor, las mareas no son fuertes en el Pacífico. Pero en el
                  estrecho de Torres hay una diferencia de un metro entre los niveles de las mareas altas y
                  bajas. Estamos hoy a 4 de enero, y dentro de cinco días ten-dremos luna llena. Pues bien,
                  mucho me sorprendería que nuestro complaciente satélite no levantara suficientemente
                  estas masas de agua, haciéndome así un favor que sólo a él quiero deber.
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