Page 115 - veinte mil leguas de viaje submarino
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chocó con una roca, y si no se fue a pique se debió a la circunstancia de que el tro-zo de
                  coral arrancado se incrustó en el casco entreabierto.

                  Yo deseaba vivamente visitar ese arrecife de trescientas sesenta leguas de longitud contra el
                  que el mar rompía su oleaje con una formidable intensidad sólo comparable a la de las
                  descargas del trueno. Pero en aquel momento, los pla-nos inclinados del Nautilus nos
                  llevaban a una gran profun-didad y no pude ver nada de esas altas murallas coralígenas.
                  Hube de contentarme con la observación de los diferentes especímenes de peces capturados
                  por nuestras redes. Ob-servé, entre otros, a unos escombros, grandes como atunes, con los
                  flancos azulados y surcados por unas bandas trans-versales que desaparecían con la vida del
                  animal. Estos pe-ces nos acompañaban en gran cantidad y suministraron a nuestra mesa un
                  delicado manjar. Cogimos también un buen número de esparos de medio decímetro de
                  longitud, cuyo sabor es muy parecido al de la dorada, y peces volado-res, verdaderas
                  golondrinas marinas que, en las noches os-curas, rayan alternativamente el agua y el aire
                  con sus res-plandores fosforescentes. Entre los moluscos y los zoófitos hallé en las redes de
                  la barredera diversas especies de alcio-narias, de erizos de mar, de martillos, espolones,
                  ceritios, hiálidos. La flora estaba representada por bellas algas flo-tantes, laminarias y
                  macrocísteas, impregnadas del mucíla-go que exudaban sus poros y entre las que recogí una
                  admi-rable Nemastoma geliniaroíde, que halló su lugar entre las curiosidades naturales del
                  museo.

                  Dos días después de haber atravesado el mar del Coral, el 4 de enero, avistamos las costas
                  de la Papuasia. En esa oca-sión, el capitán Nemo me notificó su intención de dirigirse al
                  océano indico por el estrecho de Torres, sin darme más precisiones. Ned observó,
                  complacido, que esa ruta nos acercaba a los mares europeos.

                  El estrecho de Torres debe su reputación de peligroso tan-to a los escollos de que está
                  erizado Como a los salvajes habitantes de sus costas. El estrecho separa la Nueva Holanda
                  de la gran isla de la Papuasia, conocida también con el nombre de Nueva Guinea.

                  La Papuasia tiene cuatrocientas leguas de longitud por ciento treinta de anchura, y una
                  superficie de cuarenta mil leguas geográficas[L17] . Está situada, en latitud, entre 00 19' y
                  100 2' Sur, y, en longitud, entre 1280 23' y 1460 15'. A medio-día, mientras el segundo
                  tomaba la altura del sol, vi las cimas de los montes Arfalxs, que se alzan en grandes planos
                  para terminar en pitones agudos.

                  Esta tierra, descubierta en 1511 por el portugués Francis-co Serrano, fue sucesivamente
                  visitada por don José de Me-neses, en 1526; por el general español Alvar de Saavedra, en
                  1528; por Juigo Ortez, en 1545; por el holandés Shouten, en 1616; por Nicolás Sruick, en
                  1753; por Tasman, Dampier, Fumel, Carteret, Edwards, Bougainville, Cook, Forrest, Mac
                  Cluer y D'Entrecasteaux, en 1792; por Duperrey, en 1823; y por Dumont d'Urville, en
                  1827. «Es el foco de los negros que ocupan toda la Malasia», ha dicho Rienzi. No podía yo
                  sos-pechar que los azares de esta navegación iban a ponerme en presencia de los temibles
                  Andamenos.

                  El Nautilus se presentó en la entrada del estrecho más pe-ligroso del mundo, cuya travesía
                  evitan hasta los más auda-ces navegantes. Es el estrecho que afrontó Luis Paz de Torres a
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