Page 119 - veinte mil leguas de viaje submarino
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huida a través de las tierras de la Nueva Guinea era demasiado peligrosa y no sería yo quien
                  aconsejase a Ned Land intentarla. Más valía ser prisionero a bordo del Nauti-lus que caer
                  entre las manos de los naturales de la Papuasia.

                  Se puso a nuestra disposición el bote para el día siguien-te. Yo daba por descontado que no
                  nos acompañarían ni el capitán Nemo ni ninguno de sus hombres y que Ned Land habría de
                  dirigir él solo la embarcación. Pero la tierra no se hallaba más que a dos millas de distancia,
                  y para el cana-diense sería un juego conducir el ligero bote entre esas líneas de arrecifes tan
                  peligrosas para los grandes navíos.

                  Al día siguiente, 5 de enero, se extrajo de su alvéolo la ca-noa y se botó al mar desde lo alto
                  de la plataforma. Dos hombres bastaron para realizar la operación. Los remos es-taban ya a
                  bordo y nos embarcamos a las ocho de la maña-na, con nuestras hachas y fusiles.

                  El mar estaba bastante bonancible. Soplaba una ligera brisa de tierra. Conseil y yo
                  remábamos vigorosamente, en tanto que Ned Land manejaba el timón en los estrechos
                  pa-sos que dejaban los rompientes. La canoa obedecía bien al ti-món y navegaba con
                  rapidez.

                  Ned Land no podía contener su alegría. Era un prisione-ro escapado de su cárcel, y no
                  parecía pensar que debía vol-ver a ella.

                   ¡Carne!  exclamaba . ¡Vamos a comer carne, y qué car-ne! ¡Caza auténtica! No digo yo
                  que el pescado no sea una buena cosa, pero sin abusar, y un buen trozo de carne fresca a la
                  parrilla sería una agradable variación.

                   ¡El muy glotón, me está haciendo la boca agua!  dijo Conseil.

                   Queda por ver  dije  si hay caza en esos bosques. Y pue-de que las piezas sean de tal
                  tamaño que cacen al cazador.

                   ¡Oh!, señor Aronnax  respondió el canadiense, cuyos dientes parecían estar tan afilados
                  como el filo de un hacha , le aseguro que estoy dispuesto a comer tigre, solomillo de
                  ti-gre, si no hay otro cuadrúpedo en esta isla.

                   El amigo Ned es inquietante  dijo Conseil.

                   Lo que sea  prosiguió Ned Land . Cualquier animal de cuatro patas sin plumas o de dos
                  patas con plumas recibirá el saludo de mi fusil.

                   He aquí que el señor Land vuelve a excitarse.

                   No tema, señor Aronnax  respondió el canadiense , y reme con fuerza. No pido más de
                  media hora para ofrecerle un plato a mi manera.

                  A las ocho y media, la canoa del Nautilus arribó a una pla-ya de arena, tras haber
                  franqueado con fortuna el anillo de coral que rodeaba a la isla de Gueboroar.
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