Page 121 - veinte mil leguas de viaje submarino
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Tiene razón el señor  dijo Conseil-, y yo propongo que reservemos en la canoa tres
                  espacios: uno para los frutos, otro para las legumbres y el tercero para la caza, de la que no
                  he visto todavía ni la más pequeña muestra.

                   Conseil, no hay que desesperar  respondió el cana-diense.

                   Continuemos, pues, nuestra excursión  dije , pero con el ojo al acecho. Aunque parezca
                  deshabitada, bien podría albergar la isla algunos individuos menos escrupulosos que
                  nosotros sobre la naturaleza de la caza.

                   ¡Eh! ¡Eh!  exclamó Ned Land, haciendo un significativo movimiento de mandíbulas.

                   Pero, ¡Ned!  exclamó Conseil.

                   Pues, ¿sabe lo que le digo? Que comienzo a comprender los encantos de la antropofagia.

                   Pero ¡qué dice, Ned!  exclamó Conseil . ¡Usted antropó-fago! Ya no podré sentirme
                  seguro a su lado, durmiendo en el mismo camarote. ¿Me despertaré un día semidevorado?

                   Amigo Conseil, le quiero mucho, pero no tanto como para comérmelo sin necesidad.

                   No sé, no me fío  dijo Conseil . ¡Hala, a cazar! Es me-nester cobrar una pieza como
                  sea, para satisfacer a este caní-bal; si no, una de estas mañanas, el señor no hallará más que
                  unos trozos de doméstico para servirle.

                  Mientras así iban bromeando, nos adentramos en la espe-sura del bosque, que, durante dos
                  horas, recorrimos en to-dos sentidos.

                  El azar se mostró propicio a nuestra búsqueda de vege-tales comestibles. Uno de los más
                  útiles productos de las zonas tropicales nos proveyó de un alimento precioso, del que
                  carecíamos a bordo. Habló del árbol del pan, muy abundante en la isla de Gueboroar, que
                  ofrecía esa variedad desprovista de semillas que se conoce en malayo con el nombre de
                  rima. Se distinguía este árbol de los otros por su tronco recto, de una altura de unos
                  cuarenta pies. Su cima, graciosamente redondeada y formada de grandes ho-jas
                  multilobuladas, denunciaba claramente a los ojos de un naturalista ese artocarpo que tan
                  felizmente se ha aclimata-do en las islas Mascareñas. Entre su masa de verdor desta-caban
                  los gruesos frutos globulosos, de un decímetro de anchura, con unas rugosidades exteriores
                  que tomaban una disposición hexagonal. Útil vegetal este con que la natura-leza ha
                  gratificado a regiones que carecen de trigo, y que, sin exigir ningún cultivo, da sus frutos
                  durante ocho meses al año.

                  Ned Land conocía bien ese fruto, por haberlo comido du-rante sus numerosos viajes, y
                  sabía preparar su sustancia co-mestible. La vista del mismo excitó su apetito, y sin poder
                  contenerse dijo:

                   Señor, si no pruebo esta pasta del árbol del pan, me muero.
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