Page 118 - veinte mil leguas de viaje submarino
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Dicho esto, el capitán Nemo, seguido de su segundo, se introdujo en el interior del
                  Nautilus. Éste permanecía com-pletamente inmóvil, como si los pólipos coralíferos lo
                  hu-biesen enquistado ya en su indestructible cemento.

                  -¿Y bien, señor?  me preguntó Ned Land, que se había acercado a mí tras la marcha del
                  capitán.

                   Amigo Ned, que vamos a esperar tranquilamente la ma-rea del día 9, ya que parece que
                  va ser la luna la encargada de ponernos a flote.

                   ¿Así de sencillo?

                   Así de sencillo.

                  -¿Cómo? ¿Es que el capitán no va a echar el ancla fuera, ni disponer su maquinaria para
                  hacer todo lo posible por sa-carlo tirando del espía?

                   ¿Para qué, puesto que bastará con la marea?  dijo Con-seil.

                  El canadiense le miró y se alzó de hombros. Era el marino quien hablaba en él.

                   Puede usted creerme, señor, si le digo que este trasto de hierro no volverá a navegar por
                  el mar ni bajo el mar. Ya sólo vale para venderlo como chatarra. Creo que ha llegado el
                  momento de prescindir de la compañía del capitán Nemo.

                   Amigo Ned  respondí , yo tengo más confianza que us-ted en el Nautilus. De todos
                  modos, dentro de cuatro días sa-bremos a qué atenernos sobre las mareas del Pacífico. En
                  cuanto a su consejo de darnos a la fuga, me parecería opor-tuno si nos halláramos a la vista
                  de las costas de Inglaterra o de la Provenza, pero en estos parajes de la Papuasia la costa es
                  muy diferente. No obstante, siempre tendremos ocasión de recurrir a esta extremidad si el
                  Nautilus no consigue salir a flote, lo que, para mí, sería muy grave.

                   Pero, al menos, ¿no podríamos poner pie en tierra?  dijo Ned Land . Ahí tenemos una
                  isla. En esa isla hay árboles. Y bajo esos árboles hay animales terrestres, portadores de
                  chuletas y rosbifs, en los que yo hincaría el diente muy gusto-samente.

                   En esto tiene razón el amigo Ned  dijo Conseil , y yo soy de su opinión. ¿No podría
                  obtener el señor de su amigo, el capitán Nemo, que se nos trasladase a tierra, aunque no
                  fuese más que para no perder la costumbre de pisar las par-tes sólidas de nuestro planeta?

                  -Puedo pedírselo, pero creo que será inútil.

                   Inténtelo el señor  dijo Conseil , y así sabremos a qué atenernos sobre la amabilidad del
                  capitán Nemo.

                  Con gran sorpresa por mi parte, el capitán Nemo me con-cedió su autorización con toda
                  facilidad, sin tan siquiera exigirme la promesa de nuestro retorno a bordo. Cierto es que una
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