Page 112 - veinte mil leguas de viaje submarino
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Allí, a tres o cuatro brazas de agua y entre los arrecifes de Pacú y de Vanu yacían á4,coras,
                  cañones y piezas de hierro fundido y de plomo, incrustados en las concreciones calcá-reas.
                  El Astrolabe envió al lugar su chalupa y su ballenera. No sin gran trabajo, sus tripulaciones
                  consiguieron retirar un áncora que pesaba mil ochocientas libras, un cañón del ocho de
                  fundicion, una pieza de plomo y dos cañoncitos de cobre.

                  El interrogatorio a que sometió Dumont d'Urville a los indígenas le reveló que La Pérousse,
                  tras la pérdida de sus dos barcos en los arrecifes de la isla, había construido uno más
                  pequeño, que se perdería a su vez. ¿Dónde? Se ignoraba.

                  El capitán del Astrolabe hizo erigir bajo un manglar un ce-notaflo a la memoria del célebre
                  navegante y de sus compa-ñeros. Era una simple pirámide cuadrangular asentada so-bre un
                  basamento de corales, de la que excluyó todo objeto metálico que pudiera excitar la codicia
                  de los indígenas.

                  Dumont d'Urville quiso partir inmediatamente, pero ha-llándose sus hombres y él mismo
                  minados por las fiebres que habían contraído en aquellas costas malsanas, no pudo aparejar
                  hasta el 17 de marzo.

                  Mientras tanto, temeroso el gobierno francés de que Du-mont d'Urville no se hubiese
                  enterado de los hallazgos de Dillon, había enviado a Vanikoro a la corbeta Bayonnaise, al
                  mando de Legoarant de Tromelin, desde la costa occi-dental de América donde se hallaba.
                  Legoarant fondeó ante Vanikoro algunos meses después de la partida del Astrola-be. No
                  halló ningún documento nuevo, pero pudo compro-bar que los salvajes habían respetado el
                  mausoleo de La Pé-rousse.

                  Tal es, en sustancia, el relato que expuse al capitán Nemo.

                   Así que se ignora todavía dónde fue a acabar el tercer na-vío, construido por los
                  náufragos en la isla de Vanikoro, ¿no es así?

                   En efecto.

                  Por toda respuesta, el capitán Nemo me indicó que le si-guiera al gran salón.

                  El Nautilus se sumergió algunos metros por debajo de las olas. Se corrieron los paneles
                  metálicos para dar visibilidad a los cristales.

                  Yo me precipité a ellos, y bajo las concreciones de coral, revestidas de fungias, de sifoneas,
                  de alcionarios y de cario-fíleas, y a través de miriadas de peces hermosísimos, de gire-las,
                  de glifisidontos, de ponféridos, de diácopodos y de ho-locentros, reconocí algunos restos
                  que las dragas no habían podido arrancar; tales como abrazaderas de hierro, áncoras,
                  cañones, obuses, una pieza del cabrestante, una roda, obje-tos todos procedentes de los
                  navíos naufragados y tapizados ahora de flores vivas.

                  Mientras contemplaba yo así aquellos restos desolados, el capitán Nemo me decía con una
                  voz grave:
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