Page 136 - veinte mil leguas de viaje submarino
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Me disponía a retirarme, pero el capitán Nemo me retuvo y me invitó a sentarme a su lado.
                  Me interrogó con interés acerca de nuestras excursiones y la caza, y pareció no
                  com-prender la necesidad de carne tan apasionadamente sentida por el arponero. Luego la
                  conversación se orientó hacia otros temas y, sin ser más comunicativo, el capitán Nemo se
                  mostró más amable.

                  Entre otras cosas, tocamos el tema de la situación del Nautilus, encallado precisamente en
                  el mismo estrecho en que Dumont d'Urville estuvo a punto de perder sus barcos. Y a
                  propósito de Dumont d'Urville  me dijo el capitán Nemo:

                   Fue uno de sus más grandes marinos, uno de sus más inteligentes navegantes. Para
                  ustedes, los franceses, Dumont d'Urville es como el capitán Cook para los ingleses. ¡Qué
                  in-fortunio el de ese hombre sabio! ¡Haber desafiado a los ban-cos de hielo del Polo Sur, a
                  los arrecifes de Oceanía y a los ca-níbales del Pacífico, para acabar muriendo
                  miserablemente en un tren! Si a ese hombre enérgico le fue dado pensar du-rante los
                  últimos segundos de su existencia, ¿se imagina us-ted cuáles serían sus pensamientos?


                  Al hablar así, el capitán Nemo parecía emocionado, y yo inscribí ese gesto en su activo.

                  Luego, mapa en mano, pasamos revista a los trabajos del navegante francés, sus viajes de
                  circunnavegación, su doble tentativa del polo Sur que le valió el descubrimiento de las
                  tierras de Adelia y Luis Felipe y, por último, sus mapas hi-drográficos de las principales
                  islas de Oceanía.

                   Lo que en la superficie de los mares hizo su Dumont d'Urville  me dijo el capitán
                  Nemo  lo he hecho yo en el in-terior del océano, y más completa y más fácilmente que él.
                  El Astrolabe y la Zelée, incesantemente zarandeados por los hu-racanes, no podían
                  competir con el Nautilus, tranquilo gabi-nete de trabajo y verdaderamente sedentario en
                  medio de las aguas.

                   Y, sin embargo, capitán, hay un punto común entre las corbetas de Dumont d'Urville y el
                  Nautilus.

                   ¿Cuál?

                   El de que el Nautilus haya encallado como ellas.

                   El Nautilus no ha encallado  me respondió fríamente el capitán Nemo . El Nautilus está
                  hecho para reposar en el le-cho de los mares, y yo no tendré que emprender las penosas
                  maniobras que hubo de hacer Dumont d'Urville para sacar a flote sus barcos. El Astrolabe y
                  la Zelée estuvieron a punto de perderse, pero mi Nautilus no corre ningún peligro.
                  Maña-na, en el día y a la hora señalados, la marea lo elevará suave-mente y reemprenderá
                  su navegación a través de los mares.

                   Capitán, yo no pongo en duda...
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