Page 139 - veinte mil leguas de viaje submarino
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                  Al día siguiente, 10 de enero, el Nautilus continuó su marcha entre dos aguas, pero con una
                  velocidad extraordi-naria, que no estimé en menos de treinta y cinco millas por hora. Era tal
                  la rapidez de su hélice, que no podía yo ni se-guir sus vueltas ni contarlas.

                  Al pensar que ese maravilloso agente eléctrico, además de dar al Nautilus movimiento, luz
                  y calor, lo protegía de todo ataque exterior y lo transformaba en un arca santa que nin-gún
                  profanador podía tocar sin ser fulminado, mi admira-ción no conocía límites, y del aparato
                  se remontaba al inge-niero que lo había creado.

                  Marchábamos directamente hacia el oeste, y el 11 de ene-ro pasamos antes el cabo Wessel,
                  situado a 1350 de longitud y 100 de latitud norte, que forma la punta oriental del golfo de
                  Carpentaria. Los arrecifes eran todavía numerosos, pero ya más dispersos, y estaban
                  indicados en el mapa con una extremada precisión. El Nautilus evitó con facilidad los
                  rompientes de Money, a babor, y los arrecifes Victoria, a es-tribor, situados a 1300 de
                  longitud sobre el paralelo 10, que seguíamos rigurosamente.

                  El 13 de enero, llegados al mar de Timor, pasamos cerca de la isla de este nombre, a 1220
                  de longitud. La isla, cuya super-ficie es de mil seiscientas veinticinco leguas cuadradas, está
                  gobernada por rajás. Dichos príncipes dicen ser hijos de co-codrilos, es decir, tener el más
                  alto origen a que puede aspi-rar un ser humano. Sus escamosos antepasados abundan en los
                  ríos de la isla y son objeto de una particular veneración. Se les protege, se les mima, se les
                  adula, se les alimenta, se les ofrecen jóvenes muchachas en ofrenda. ¡Pobre del extranje-ro
                  que ose poner la mano sobre estos sagrados saurios!

                  Pero el Nautilus no tuvo nada que ver con tan feos anima-les. Timor sólo fue visible un
                  instante, a mediodía, cuando el segundo fijó la posición. Asimismo, sólo pude entrever la
                  pequeña isla Rotti, que forma parte del grupo, y cuyas muje-res tienen adquirida en los
                  mercados malayos una sólida re-putación de belleza.

                  A partir de ese punto, la dirección del Nautilus se inflexio-nó en latitud hacia el Sudoeste.
                  Se puso rumbo al océano In-dico. ¿Adónde iba a llevarnos la fantasía del capitán Nemo?
                  ¿Se dirigiría hacia las costas de Asia o hacia las de Europa? Determinaciones poco
                  probables en un hombre que rehuía los continentes habitados. ¿Descendería, pues, hacia el
                  Sur? ¿Pasaría por el cabo de Buena Esperanza y por el de Hornos hacia el polo antártico?
                  ¿O regresaría a aquellos mares del Pacífico en los que su Nautilus podía hallar una
                  navegación fácil e independiente? Era esto algo que sólo el porvenir po-dría decirnos.

                  Tras haber bordeado los escollos de Cartier, de Hibernia, de Seringapatam y de Scott,
                  últimos esfuerzos del elemento sólido contra el elemento líquido, el 14 de enero nos
                  halla-mos más allá de todo vestigio de tierra. La velocidad del Nautilus se redujo
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