Page 138 - veinte mil leguas de viaje submarino
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¿Cómo podrían hacerlo?

                   Entrando por las escotillas.

                   Señor Aronnax, no se entra así como así por las escoti-llas del Nautilus, incluso cuando
                  están abiertas.

                  Le miré.

                   No lo comprende, ¿no es así?

                   En efecto.

                   Bien, pues venga y véalo.

                  Me dirigí hacia la escalera central, al pie de la cual se ha-llaban Ned Land y Conseil, muy
                  intrigados, contemplando cómo algunos hombres de la tripulación abrían las escoti-llas.
                  Afuera, sonaban gritos de rabia y espantosas vocifera-ciones.

                  Se corrieron los portalones del exterior. Veinte figuras ho-rribles aparecieron a nuestra
                  vista. Pero el primero de los indígenas que tocó el pasamano de la escalera, rechazado hacia
                  atrás por no sé qué fuerza invisible, huyó dando es-pantosos alaridos y saltos tremendos.
                  Diez de sus compañe-ros le sucedieron y los diez corrieron la misma suerte.

                  Conseil estaba fascinado. Ned Land, llevado de sus vio-lentos instintos, se lanzó a la
                  escalera. Pero nada más tocar el pasamano, fue derribado a su vez.

                   ¡Mil diantres!  bramó . ¡Me ha golpeado un rayo!

                  Su grito me lo explicó todo. No era un pasamano, sino un cable metálico cargado de
                  electricidad. Quienquiera que lo tocara sufría una formidable sacudida, que podría ser
                  mor-tal si el capitán Nemo hubiera lanzado a ese conductor toda la electricidad de sus
                  aparatos. Podía decirse realmente que entre sus asaltantes y él había tendido una barrera
                  eléctrica que nadie podía franquear impunemente.

                  Los papúas se habían retirado enloquecidos por el terror. Nosotros, venciendo a duras penas
                  la risa, consolábamos y friccionábamos al desdichado Ned Land, que juraba como un
                  poseso.

                  En aquel momento, el Nautilus, elevado por las aguas, abandonaba su lecho de coral en el
                  minuto exacto que había fijado el capitán. Su hélice batió el agua con una majestuosa
                  lentitud. Su velocidad aumentó poco a poco. Navegando en superficie, abandonó sano y
                  salvo los peligrosos pasos del estrecho de Torres.
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