Page 174 - veinte mil leguas de viaje submarino
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El voraz animal se lanzó hacia el indio, quien se echó a un lado y pudo evitar así la
                  mordedura del tiburón pero no su coletazo, que le golpeó en el pecho y le derribó al suelo.

                  Apenas había durado unos segundos la terrible escena. El tiburón se revolvió y se disponía
                  a cortar al indio en dos, cuando sentí al capitán Nemo erguirse a mi lado y avanzar
                  directamente hacia el monstruo, puñal en mano, dispuesto a luchar cuerpo a cuerpo con él.
                  En el momento en que iba a despedazar al desgraciado pescador, el escualo advirtió la
                  presencia de su adversario y se dirigió derecho hacia él.

                  Aún estoy viendo la postura del capitán Nemo. Replega-do en sí mismo, esperaba con
                  extraordinaria sangre fría la acometida del formidable escualo. Cuando éste se precipitó
                  contra él, el capitán se echó a un lado con una prodigiosa agilidad, evitó el choque y le
                  hundió su puñal en el vientre. Pero con ese golpe no acabó sino que comenzó el combate.
                  Un combate terrible.

                  El tiburón había rugido, si se puede decir así. Salía a olea-das la sangre de su herida. El mar
                  se tiñó de rojo y no vi nada más a través de ese líquido opaco. Nada más hasta que, en el
                  momento en que se aclaró algo el agua, hallamos al audaz capitán agarrado a una de las
                  aletas del animal, luchando cuerpo a cuerpo, asestándole una serie de puñaladas al vien-tre,
                  pero sin poder darle el golpe definitivo, es decir, alcan-zarle en pleno corazón. Al debatirse,
                  el escualo agitaba fu-riosamente el agua y las trombas que producía estuvieron a punto de
                  derribarme.

                  Yo hubiera querido socorrer al capitán, pero el espanto me clavaba al suelo. Miraba
                  despavorido y veía modificarse las fases de la lucha. Derribado por la fuerza inmensa de
                  aquella masa, el capitán cayó al suelo. Las mandíbulas del ti-burón se abrieron
                  desmesuradamente como una guillotina, y en ellas hubiera acabado el capitán si, rápido
                  como el rayo, Ned Land, arpón en mano, no hubiera golpeado con él al ti-burón.

                  El agua se ahogó en una masa de sangre agitada con un indescriptible furor por los
                  movimientos del escualo. Ned Land no había fallado el golpe. Eran los estertores del
                  mons-truo. Golpeado en el corazón, se debatía en unos espasmos espantosos que
                  convulsionaban el agua con una violencia tal que Conseil cayó al suelo.

                  Mientras tanto, Ned Land ayudaba a incorporarse al capi-tán, que estaba indemne. El
                  capitán Nemo se dirigió inme-diatamente hacia el indio, cortó la cuerda que le ataba a la
                  piedra, lo tomó en sus brazos y de un vigoroso golpe de talón ascendió a la superficie del
                  mar, seguido de nosotros tres. En algunos instantes, milagrosamente salvados, alcan-zamos
                  la barca del pescador.

                  El primer cuidado del capitán Nemo fue el de reanimar al infortunado pescador. No sabía
                  yo si lo lograría, aunque así lo esperaba porque su inmersión no había sido demasiado
                  larga. Pero el coletazo del tiburón podía haberle herido de muerte.

                  Afortunadamente, vi como poco a poco iba reanimándo-se bajo las vigorosas fricciones de
                  Conseil y del capitán. El hombre abrió los ojos. ¡Cuán grande debió ser su sorpresa, incluso
                  su espanto, al ver las cuatro cabezas de cobre que se inclinaban sobre él! ¿Y qué pudo
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