Page 179 - veinte mil leguas de viaje submarino
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El Nautilus se aproximó luego a las orillas africanas, don-de la profundidad del mar es más
                  considerable. Allí, entre dos aguas de una limpidez cristalina, pudimos ver, por nues-tros
                  cristales, admirables «matorrales» de brillantes corales y vastos muros rocosos revestidos
                  de un espléndido tapiz verde de algas y de fucos. ¡Qué indescriptible espectáculo y qué
                  variedad de paisajes en las rasaduras de esas rocas y de esas islas volcánicas que confinan
                  con las costas libias! Pero fue en las orillas orientales, a las que no tardó en llegar el
                  Nautilus, donde las arborescencias aparecieron en toda su belleza, en las costas del Tehama,
                  pues allí esas exhibiciones de zoófitos no solamente florecían bajo el mar, sino que
                  for-maban también pintorescos entrelazamientos que se desa-rrollaban a diez brazas por
                  encima, más caprichosos pero menos coloreados que aquéllos cuyo frescor era mantenido
                  por la húmeda vitalidad de las aguas.

                  ¡Cuántas horas maravillosas pasé así en el observatorio del salón! ¡Cuántas muestras
                  nuevas de la flora y de la fauna submarinas pude admirar a la luz de nuestro fanal eléctrico!
                  Fungias agariciformes, actinias de color pizarroso, entre otras la thalassianthus aster,
                  tubíporas dispuestas como flautas a la espera del soplo del dios Pan, conchas propias de
                  este mar, que se establecen en las excavaciones madrepóri-cas, con la base contorneada en
                  una breve espiral, y mil es-pecímenes de un polípero que aún no había observado, la vulgar
                  esponja.

                  La clase de los espongiarios, primera del grupo de los pó-lipos, ha sido creada precisamente
                  por ese curioso producto de utilidad indiscutible. La esponja no es un vegetal como creen
                  aún algunos naturalistas, sino un animal de último or-den, un polípero inferior al del coral.
                  Su animalidad no es dudosa, y ni tan siquiera es ya admisible la opinión de los antiguos que
                  la consideraban como un ser intermedio entre la planta y el animal. Debo decir, sin
                  embargo, que los natu-ralistas no se han puesto de acuerdo sobre el modo de orga-nización
                  de la esponja. Para unos, es un polípero, y para otros, como, por ejemplo, Milne Edwards,
                  es un individuo aislado y único.

                  La clase de los espongiarios contiene unas trescientas es-pecies que se encuentran en un
                  gran número de mares e in-cluso en algunos ríos, lo que les da el nombre de fluviátiles.
                  Pero sus aguas predilectas son las del Mediterráneo, archi-piélago griego, costa siria y mar
                  Rojo. Allí se reproducen y se desarrollan esas esponjas finas y suaves cuyo valor se eleva
                  hasta ciento cincuenta francos, la esponja rubia de Siria, la dura de Berbería, etc. Pero como
                  no podía esperar estudiar esos zoófitos en el Mediterráneo, del que nos separaba el
                  in-franqueable istmo de Suez, me contenté con observarlos en el mar Rojo.

                  Llamé a Conseil a mi lado y ambos nos pusimos a obser-var, mientras el Nautilus se
                  deslizaba lentamente a ras de las rocas de la costa oriental, a una profundidad media de
                  ocho a nueve metros.

                  Crecían allí esponjas de todas las formas: pediculadas, fo-liáceas, globulares y digitadas.
                  Esas formas justificaban con bastante exactitud esos nombres de canastillas, cálices, ruecas,
                  asta de ciervo, pata de león, cola de pavo real, guante de Neptuno, que les han atribuido los
                  pescadores, más poéticos que los sabios. De su tejido fibroso, impregnado de una sus-tancia
                  gelatinosa semifluida, manaban incesantemente cho-rritos de agua que, tras haber llevado la
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