Page 181 - veinte mil leguas de viaje submarino
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-Sí, señor, inteligente, audaz e invulnerable. No teme ni a las terribles tempestades del mar
Rojo, ni a sus corrientes, ni a sus escollos.
En efecto, este mar ha sido calificado como uno de los peores, y si no recuerdo mal, en
tiempos de los antiguos su reputación era detestable.
Detestable, en efecto, señor Aronnax. Los historiadores griegos y latinos no hablaban
muy bien de él, y Estrabón dijo que era particularmente duro en las épocas de los vientos
etesios y de la estación de lluvias. El árabe Edrisi, que lo des-cribió bajo el nombre de
Colzum, cuenta que los navíos se destrozaban en gran número en sus bancos de arena y que
nadie se arriesgaba a navegar de noche. Es, decía, un mar so-metido a terribles huracanes,
sembrado de islas inhóspitas y que no «ofrece nada bueno» ni en sus profundidades ni en su
superficie. Y tal es la opinión también de Arriano, Agatár-quides y Artemidoro.
Bien claro está que estos historiadores no navegaron a bordo del Nautilus.
Ciertamente respondió sonriente el capitán , y a este respecto, los modernos no están
más adelantados que los antiguos. Han sido necesarios siglos para descubrir la po-tencia
mecánica del vapor. ¡Quién sabe si de aquí a cien años podrá verse un segundo Nautilus!
¡Los progresos son tan lentos, señor Aronnax!
Es cierto. Su nave se adelanta en un siglo, en varios, tal vez, a su época. ¡Qué lástima que
semejante invento deba pe-recer con su creador!
El capitán Nemo no respondió. Tras algunos minutos de silencio, dijo:
Hablaba usted antes de la opinión de los historiadores de la Antigüedad sobre los peligros
de la navegación por el mar Rojo...
Así es, pero ¿no eran un poco exagerados sus temores?
Sí y no, señor Aronnax me respondió el capitán Nemo, que parecía conocer a fondo «su
mar Rojo» . Lo que ya no es peligroso para un navío moderno, bien aparejado y
sólida-mente construido, dueño de su dirección gracias al dócil va-por, se presentaba lleno
de riesgos para los barcos de los antiguos. Hay que imaginarse lo que era para aquellos
nave-gantes aventurarse en el mar con barcas hechas de planchas unidas con cuerdas de
palmeras, calafateadas con resina y con grasa de perro marino. No tenían ni siquiera
instru-mentos Para orientarse y navegaban a la estima, en medio de corrientes que apenas
conocían. En tales condiciones, los naufragios eran y debían ser numerosos. Pero en nuestra
época, los vapores que hacen servicio entre Suez y los mares del Sur no tienen ya nada que
temer de la violencia de este golfo, pese a los monzones contrarios. Sus capitanes y sus
pasajeros no tienen que hacer ya sacrificios propiciatorios al partir, ni ir al templo más
próximo, al regreso, a dar las gra-cias a los dioses.