Page 183 - veinte mil leguas de viaje submarino
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Puesto que antes se refería usted al paso de los israelitas y a la catástrofe de los egipcios,
                  le preguntaré si ha reconocido usted bajo el agua algún vestigio de ese hecho histórico.

                   No, señor profesor, y ello por una sólida razón.

                   ¿Cuál?

                   La de que el lugar por el que pasó Moisés con todo su pueblo está hoy tan enarenado que
                  los camellos apenas pue-den bañarse las patas. Comprenderá usted que mi Nautilus no tiene
                  agua suficiente.

                   ¿Dónde está ese lugar?

                   Un poco más arriba de Suez, en ese brazo que formaba an-tiguamente un profundo
                  estuario, cuando el mar Rojo se ex-tendía hasta los lagos Amargos. Fuese milagroso o no el
                  paso, lo cierto es que los israelitas ganaron por allí la Tierra Prome-tida, y allí fue donde
                  pereció el ejército del faraón. Yo creo que si se hicieran excavaciones en esos arenales se
                  descubriría una gran cantidad de armas y de instrumentos de origen egipcio.

                   Es evidente  respondí , y hay que esperar que los ar-queólogos realicen algún día esas
                  excavacíones cuando se erijan nuevas ciudades en el istmo tras la apertura del canal de
                  Suez. Un canal inútil, por cierto, para un navío como el Nautilus.

                  -Pero de gran utilidad para el mundo entero  dijo el capi-tán Nemo . Los antiguos
                  comprendieron la utilidad para su tráfico comercial de establecer una comunicación entre el
                  mar Rojo y el Mediterráneo, pero no pensaron en abrir un canal di-recto y tomaron el Nilo
                  como intermediario. Muy probable-mente, el canal que unía al Nilo con el mar Rojo fue
                  comenza-do bajo Sesostris, de creer a la tradición. Lo que es seguro es que, seiscientos
                  quince años antes de Jesucristo, Necos em-prendió las obras de un canal alimentado por las
                  aguas del Nilo, a través de la llanura de Egipto que mira a Arabia. Se re-corría el canal en
                  cuatro días, y su anchura era suficiente para dejar paso a dos trirremes. Fue continuado por
                  Darío, hijo de Hystaspo, y acabado probablemente por Ptolomeo II. Estra-bón lo vio
                  empleado en la navegación. Pero la escasa pendiente entre su punto de partida, cerca de
                  Bubastis, y el mar Rojo lo hacía apto para la navegación tan sólo durante algunos meses al
                  año. El canal sirvió al comercio hasta el siglo de los Antoni-nos. Abandonado, se cubrió de
                  arena hasta que el califa Omar ordenó su restablecimiento. Fue definitivamente cegado en
                  el año 761 ó 762 por el califa Almanzor, para impedir que le lle-garan por él víveres a
                  Mohamed ben Abdallah, que se había su-blevado contra él. Durante su expedición a Egipto
                  el general Bonaparte encontró vestigios del canal en el desierto de Suez, donde,
                  sorprendido por la marea, estuvo a punto de perecer unas horas antes de llegar a Hadjaroth,
                  el lugar mismo en que Moisés había acampado tres mil trescientos años antes que él.

                   Pues bien, capitán, lo que no osaron emprender los anti-guos, esta unión entre los dos
                  mares, que acortará en nueve mil kilómetros la travesía desde Cádiz a la India, lo ha hecho
                  el señor Lesseps, quien dentro de muy poco va a convertir a África en una inmensa isla.
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