Page 187 - veinte mil leguas de viaje submarino
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Sí, muchacho, se ven a veces.

                   No es una ballena  dijo Ned Land, que no perdía de vista el objeto señalado . Las
                  ballenas y yo somos viejos conoci-dos, y no puedo confundirme.

                   Esperemos un poco  dijo Conseil . El Nautilus se dirige hacia allá y dentro de poco
                  sabremos a qué atenernos.

                  Pronto el objeto negruzco estuvo a una milla de distancia. Parecía un gran escollo, pero
                  ¿qué era? No podía pronun-ciarme aún.

                   ¡Ah! ¡Se mueve, se sumerge!  exclamó Ned Land . ¡Mil diantres! ¿Qué animal puede
                  ser? No tiene la cola bifurcada como las de las ballenas o los cachalotes, y sus aletas
                  parecen miembros troncados.

                   Pero entonces... es...

                   ¡Miren!  dijo el canadiense , se ha vuelto de espalda y enseña las mamas.

                   Es una sirena, una verdadera sirena, diga lo que diga el señor  dijo Conseil.

                  El nombre de sirena me puso en la vía, y comprendí que aquel animal pertenecía a ese
                  orden de seres marinos que han dado nacimiento al mito de las sirenas, mitad muje-res y
                  mitad peces.

                   No, no es una sirena, sino un curioso ser del que apenas quedan algunos ejemplares en el
                  mar Rojo. Es un dugongo.

                   Orden de los sirenios, grupo de los pisciformes, subdase de los monodelfos, clase de los
                  mamíferos, rama de los ver-tebrados.

                  Y cuando Conseil hablaba así, no había más que decir.

                  Ned Land continuaba mirando, con los ojos brillantes de codicia. Su mano parecía
                  dispuesta al manejo del arpón. Se hubiese dicho que esperaba el momento de lanzarse al
                  mar para atacarlo en su elemento.

                   ¡Oh!  exclamó, con una voz trémula de emoción-. ¡ja-mas he matado eso!

                  En esa frase estaba expresado todo el arponero.

                  En aquel momento, apareció el capitán Nemo. Vio al du-gongo y comprendió la actitud del
                  canadiense. Dirigiéndose a él, dijo:

                   Señor Land, si tuviera usted un arpón ¿no le quemaría la mano?
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