Page 191 - veinte mil leguas de viaje submarino
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El Nautilus se desplazaba a una velocidad muy moderada, de paseo, por decirlo así.
                  Observé que el agua del mar Rojo iba haciéndose menos salada a medida que nos
                  aproximába-mos a Suez.

                  Hacia las cinco de la tarde avistamos, al Norte, el cabo de Ras Mohammed, que forma la
                  extremidad de la Arabia Pé-trea, comprendida entre el golfo de Suez y el golfo de Aqaba.

                  El Nautílus penetró en el estrecho de jubal, que conduce al golfo de Suez. Pude ver con
                  claridad la alta montaña que do-mina entre los dos golfos el Ras Mohammed. Era el monte
                  Horeb, ese Sinaí en cuya cima Moisés vio a Dios cara a cara, y al que la imaginación
                  corona siempre de incesantes relám-pagos.

                  A las seis, el Nautilus, alternativamente sumergido y en superficie, pasó ante Tor, alojada
                  en el fondo de una bahía cuyas aguas parecían teñidas de rojo, observación ya efec-tuada
                  por el capitán Nemo.

                  Se hizo de noche, en medio de un pesado silencio, roto a veces por los gritos de los
                  pelícanos y de algunos pájaros nocturnos, por el rumor de la resaca batiendo en las rocas o
                  por el lejano zumbido de un vapor golpeando con sus héli-ces las aguas del golfo.

                  Desde las ocho a las nueve, el Nautilus navegó sumergido a muy pocos metros de la
                  superficie. Debíamos estar ya muy cerca de Suez, según mis cálculos. A través de los
                  cristales del salón, veía los fondos de roca vivamente iluminados por nuestra luz eléctrica.
                  Me parecía que el estrecho iba cerrán-dose cada vez más.

                  A las nueve y cuarto emergió nuevamente el Nautilus. Im-paciente por franquear el túnel
                  del capitán Nemo, no podía yo estarme quieto y subí a la plataforma a respirar el aire fresco
                  de la noche.

                  En la oscuridad vi una pálida luz que brillaba, atenuada por la bruma, a una milla de
                  distancia.

                   Un faro flotante  dijo alguien cerca de mí.

                  Me volví y reconocí al capitán.

                   Es el faro flotante de Suez  añadió . No tardaremos en llegar al túnel.

                   Supongo que la entrada no debe ser fácil.

                   No. Por eso, soy yo quien asegura la dirección del barco tomando el timón. Y ahora le
                  ruego que baje, señor Aron-nax, pues el Nautilus va a sumergirse para no reaparecer a la
                  superficie hasta después de haber atravesado el Arabian Tunnel.

                  Seguí al capitán Nemo. Se cerró la escotilla, se llenaron de agua los depósitos y el navío se
                  sumergió una decena de me-tros.
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