Page 195 - veinte mil leguas de viaje submarino
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¿Dónde? No lo sé. ¿Cuándo? No puedo decirlo. Supongo que acabará cuando estos mares
                  no tengan ya nada que en-señarnos. Todo lo que tiene comienzo tiene forzosamente fin en
                  este mundo.

                   Yo pienso como el señor  dijo Conseil-, y es muy posi-ble que tras haber recorrido todos
                  los mares del Globo, el ca-pitán Nemo nos dé el vuelo a los tres.

                   ¡El vuelo!  exclamó el canadiense  ¿Un voleo, quiere decir?

                   No exageremos, señor Land. No tenemos nada que te-mer del capitán Nemo, pero
                  tampoco comparto la esperan-za de Conseil. Conocemos los secretos del Nautilus, y no
                  creo que su comandante tome el riesgo de verlos correr por el mundo, por darnos la
                  libertad.


                   Pero, entonces, ¿a qué espera usted?  preguntó el cana-diense.

                   A que se presenten circunstancias favorables, que podre-mos y deberemos aprovechar, ya
                  sea ahora ya dentro de seis meses.

                   ¡Ya, ya!  dijo Ned Land . ¿Y dónde cree que estaremos dentro de seis meses, señor
                  naturalista?

                   Tal vez aquí, tal vez en China. Usted sabe cómo corre el Nautilus. Atraviesa los océanos
                  como una golondrina el aire o un exprés los continentes. No rehúye los mares
                  frecuenta-dos. ¿Quién nos dice que no va a aproximarse a las costas de Francia, de
                  Inglaterra o de América, en las que podríamos intentarla evasión tan ventajosamente como
                  aquí?

                   Señor Aronnax, sus argumentos se caen por la base. Ha-bla usted en futuro: «Estaremos
                  allí... estaremos allá ... ». Yo hablo en presente: «Ahora estamos aquí, y hay que
                  aprove-char la ocasión».

                  Puesto contra el muro por la lógica de Ned Land y sintién-dome batido en ese terreno, no
                  sabía ya a qué argumentos apelar.

                   Oiga, supongamos, por imposible que sea, que el capitán Nemo le ofreciera hoy mismo la
                  libertad. ¿Qué haría usted?

                   No lo sé  le respondí.

                   Y si añadiera que esa oferta no volvería a hacérsela nun-ca más, ¿aceptaría usted?

                  No respondí.

                   ¿Y qué es lo que piensa el amigo Conseil?  preguntó Ned Land.
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