Page 199 - veinte mil leguas de viaje submarino
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vigorosamente. El hombre apareció y desapareció varias veces. Ascendía para respirar en la
                  superficie y buceaba nuevamente.

                  Me volví hacia el capitán Nemo, emocionado:

                   ¡Un hombre! ¡Un náufrago! ¡Hay que salvarle a toda costa!

                  El capitán no me respondió y se acercó al cristal.

                  El hombre se había aproximado también y, con la cara pe-gada al cristal, nos miraba.

                  Profundamente estupefacto, vi cómo el capitán Nemo le hacía una señal.

                  El buceador le respondió con un gesto de la mano, ascen-dió inmediatamente a la superficie
                  y ya no volvió más.





                  -No se inquiete  me dijo el capitán . Es Nicolás, del cabo Matapán, apodado «El Pez». Es
                  muy conocido en todas las Cícladas. Un audaz buceador. El agua es su elemento. Vive más
                  en el agua que en tierra, yendo sin cesar de una isla a otra y hasta a Creta.

                   ¿Le conoce usted, capitán?

                   ¿Por qué no, señor Aronnax?

                  Dicho eso, el capitán Nemo se dirigió hacia un mueble si-tuado a la izquierda del salón. Al
                  lado del mueble había un cofre de hierro cuya tapa tenía una placa de cobre con la ini-cial
                  del Nautilus grabada, así como su divisa Mobilis in mo-bile.

                  Sin preocuparse de mi presencia, el capitán abrió el mue-ble, une especie de caja fuerte, que
                  contenía un gran número de lingotes.

                  Eran lingotes de oro. ¿De dónde procedían esos lingotes que representaban una fortuna
                  enorme? ¿Dónde había obte-nido ese oro el capitán y qué iba a hacer con él?

                  Sin pronunciar una palabra, le miraba. El capitán Nemo cogió uno a uno los lingotes y los
                  colocó metódicamente en el cofre de hierro hasta llenarlo por completo. Yo evalué su peso
                  en más de mil kilogramos de oro, es decir, en unos cin-co millones de francos.

                  Una vez hubo cerrado el cofre, el capitán Nemo escribió sobre su tapa unas palabras que
                  por sus caracteres de-bían pertenecer al griego moderno. Hecho esto, el capitán Nemo pulsó
                  un timbre. Poco después, aparecieron cuatro hombres. No sin esfuerzo, se llevaron el cofre
                  del salón. Lue-go oí cómo lo izaban por medio de palancas por la escalera de hierro.
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