Page 194 - veinte mil leguas de viaje submarino
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Además, Ned, el capitán Nemo me hizo el honor de invi-tarme a ver su túnel. Estuve a su
                  lado, en la cabina del timo-nel, mientras él mismo dirigía al Nautilus a través del estre-cho
                  paso.

                   ¿Oye usted, Ned?  dijo Conseil.

                   Usted, que tiene tan buena vista  añadí ; puede ver desde aquí las escolleras de
                  Port Said que se internan mar adentro.

                  El canadiense miró atentamente.

                   En efecto, tiene usted razón, señor profesor, y su capitán es un hombre extraordinario.
                  Estamos en el Mediterráneo. Bien. Charlemos, pues, si le parece, de nuestros asuntos, pero
                  sin que nadie pueda oírnos.

                  Comprendí la intención del canadiense. En todo caso, pensé que más valía hablar, puesto
                  que así lo deseaba, y nos fuimos los tres a sentarnos cerca del fanal, donde estaríamos
                  menos expuestos a las salpicaduras de las olas.

                   Le escuchamos, Ned  le dije , ¿qué es lo que tiene usted que comunicarnos?

                   Lo que tengo que comunicarles es muy sencillo. Estamos en Europa, y antes de que los
                  caprichos del capitán nos lle-ven al fondo de los mares polares o de nuevo a Oceanía,
                  de-bemos abandonar el Nautilus.

                  Debo confesar que continuaba resultándome embarazo-sa esa discusión con el canadiense.
                  Yo no quería de ninguna forma coartar la libertad de mis compañeros, y sin embargo no
                  tenía el menor deseo de dejar al capitán Nemo. Gracias a él, gracias a su aparato, iba yo
                  completando cada día mis es-tudios oceanográficos y reescribiendo mi libro sobre los
                  fondos submarinos en el seno mismo de su elemento. Cier-tamente, jamás volvería a tener
                  una ocasión semejante de observar las maravillas del océano. Yo no podía, pues, ha-cerme
                  a la idea de abandonar el Nautilus antes de haber completado el ciclo de mis
                  investigaciones.

                   Amigo Ned, respóndame francamente. ¿Se aburre usted a bordo? ¿Lamenta que el destino
                  le haya lanzado en manos del capitán Nemo?

                  Durante algunos instantes, el canadiense guardó silencio. Luego, cruzándose de brazos,
                  dijo:

                   Francamente, no me pesa este viaje bajo el mar. Y me sentiré contento de haberlo hecho.
                  Pero para haberlo hecho, menester es que haya terminado. Ésa es mi opinión.

                   Terminará, Ned.

                   ¿Dónde y cuándo?
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