Page 200 - veinte mil leguas de viaje submarino
P. 200
El capitán Nemo se volvió hacia mí:
¿Decía usted, señor profesor?
No decía nada, capitán.
Entonces, permítame desearle una buena noche.
El capitán Nemo salió.
Yo volví a mi camarote, muy intrigado, como puede supo-nerse. Traté en vano de dormir.
Buscaba una relación entre la aparición del buceador y ese cofre lleno de oro. Luego, por
los movimientos de balanceo y de cabeceo que hacía el Nau-tilus, me di cuenta de que
había emergido a la superficie. Oí un ruido de pasos sobre la plataforma y supuse que
estaban botando la canoa al mar. Se oyó el ruido del bote al chocar con el flanco del
Nautilus, y luego fue el silencio.
Dos horas después, se reprodujeron los mismos ruidos, las mismas ¡das y venidas. La
embarcación, izada a bordo, había sido encajada en su alvéolo, y el Nautilus volvió a
su-mergirse.
Así, pues, esos millones habían sido transportados a su destino. ¿A qué lugar del
continente? ¿Quién era el corres-ponsal del capitán Nemo?
Al día siguiente, conté a Conseil y al canadiense los acon-tecimientos de aquella noche que
tanto sobreexcitaban mi curiosidad. Mis compañeros se manifestaron no menos
sor-prendidos que yo.
Pero ¿de dónde saca esos millones? preguntó Ned Land.
No había respuesta posible a esa pregunta. Me dirigí al sa-lón, después de haber
desayunado, y me puse a trabajar. Hasta las cinco de la tarde estuve redactando mis notas.
En aquel momento sentí un calor extremo, y atribuyéndolo a una disposición personal, me
quité mis ropas de biso. Era incomprensible, en las latitudes en que nos hallábamos, y
además, el Nautilus en inmersión no debía experimentar ninguna elevación de temperatura.
Miré el manómetro y vi que marcaba una profundidad de sesenta pies, inalcanzable para el
calor atmosférico.
Continué trabajando, pero la temperatura se elevó hasta hacerse intolerable.
«¿Habrá fuego a bordo?», me pregunté. Iba a salir del sa-lón, cuando entró el capitán
Nemo. Se acercó al termóme-tro, lo consultó y se volvió hacia mí.
-Cuarenta y dos grados dijo.
-Ya me doy cuenta, capitán, y si este calor aumenta no po-dremos soportarlo.