Page 205 - veinte mil leguas de viaje submarino
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Y si no pude observar ni rayas de espejos, ni balistes, ni tetrodones, ni hipocampos, ni
                  centriscos, ni blenios, ni la-bros, ni eperlanos, ni exocetos, ni pageles, ni bogas, ni or-flos,
                  ni los principales representantes del orden de los pleuronectos, los lenguados, los gallos, las
                  platijas, comu-nes al Atlántico y al Mediterráneo, fue debido a la vertigi-nosa velocidad a
                  que navegaba el Nautilus por esas aguas opulentas.

                  En cuanto a los mamíferos marinos, creo haber reconoci-do al pasar ante la bocana del
                  Adriático dos o tres cachalotes que por su aleta dorsal parecían pertenecer al género de los
                  fisetéridos, algunos delfines del género de los globicéfalos, propios del Mediterráneo, cuya
                  cabeza, en su parte anterior, está surcada de unas rayas claras, así como una docena de
                  focas de vientre blanco y pelaje negro, de las llamadas frailes por su parecido con los
                  dominicos, de unos tres metros de longitud.

                  Por su parte, Conseil creyó haber visto una tortuga de unos seis pies de anchura, con tres
                  aristas salientes orienta-das longitudinalmente. Sentí no haberla visto, pues por la
                  descripción que de ella me hizo Conseil, debía de pertenecer a esa rara especie conocida
                  con el nombre de laúd. Yo tan sólo pude ver algunas cacuanas de caparazón alargado. En
                  cuanto a los zoófitos, vi durante algunos instantes una ad-mirable galeolaria anaranjada que
                  se pegó al cristal de la portilla de babor. Era un largo y tenue filamento que se com-plicaba
                  en arabescos arborescentes cuyas finas ramas termi-naban en el más delicado encaje que
                  hayan hilado jamás las rivales de Aracne. Desgraciadamente, no pude pescar esa admirable
                  muestra, y ningún otro zoóflto mediterráneo se habría presentado ante mis ojos de no haber
                  disminuido singularmente su velocidad el Nautilus en la tarde del 16, y en las
                  circunstancias que describo seguidamente.

                  Nos hallábamos a la sazón entre Sicilia y la costa de Tú-nez. En ese espacio delimitado por
                  el cabo Bon y el estrecho de Mesina, el fondo del mar sube bruscamente formando una
                  verdadera cresta a diecisiete metros de la superficie, mientras que a ambos lados de la
                  misma la profundidad es de ciento setenta metros. El Nautilus hubo de maniobrar con
                  prudencia para no chocar con la barrera submarina.

                  Mostré a Conseil en el mapa del Mediterráneo el empla-zamiento del largo arrecife.

                   Pero  dijo Conseil , ¡si es un verdadero istmo que une a Europa y África!

                   Sí, muchacho, cierra por completo el estrecho de Libia. Los sondeos hechos por Smith
                  han probado que los dos con-tinentes estuvieron unidos en otro tiempo, entre los cabos
                  Boco y Furina.

                   Lo creo  respondió Conseil.

                   Una barrera semejante  añadí  existe entre Gibraltar y Ceuta, que en los tiempos
                  geológicos cerraba completamen-te el Mediterráneo.

                   ¡Mire que si un empuje volcánico levantara un día estas dos barreras por encima de la
                  superficie del mar! Entonces...
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