Page 209 - veinte mil leguas de viaje submarino
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existencia ha sido demostrada por el razonamiento. En efecto, la suma de las aguas del
Mediterráneo, incesante-mente acrecentada por las del Atlántico y por los ríos que en él se
sumen, tendría que elevar cada año el nivel de este mar, pues su evaporación es insuficiente
para restablecer el equi-librio. Del hecho de que así no ocurra se ha inferido natu-ralmente
la existencia de esa corriente inferior que por el es-trecho de Gibraltar vierte en el Atlántico
ese excedente de agua.
Suposición exacta, en efecto. Es esa contracorriente la que aprovechó el Nautilus para
avanzar rápidamente por el es-trecho paso. Durante unos instantes pude entrever las
admi-rables ruinas del templo de Hércules, hundido, según Plinio y Avieno, con la isla baja
que le servía de sustentación, y al-gunos minutos más tarde, nos hallábamos en aguas del
Atlántico.
8. La bahía de Vigo
¡El Atlántico! Una vasta extensión de agua cuya superfi-cie cubre veinticinco millones de
millas cuadradas, con una longitud de nueve mil millas y una anchura media de dos mil
setecientas millas. Mar importante, casi ignorado de los antiguos, salvo, quizá, de los
cartagineses, esos holandeses de la Antigüedad, que en sus peregrinaciones comerciales
costeaban el occidente de Europa y de África. Océano cuyas orillas de sinuosidades
paralelas acotan un perímetro in-menso, regado por los más grandes ríos del mundo, el San
Lorenzo, el Mississippi, el Amazonas, el Plata, el Orinoco, el Níger, el Senegal, el Elba, el
Loira, el Rin, que le ofrendan las aguas de los países más civilizados y de las comarcas más
salvajes. Llanura magnífica incesantemente surcada por na-víos bajo pabellón de todas las
naciones, acabada en esas dos puntas terribles, temidas de todos los navegantes, del cabo de
Hornos y del cabo de las Tempestades.
El Nautilus rompía sus aguas con el espolón, tras haber recorrido cerca de diez mil leguas
en tres meses y medio, dis-tancia superior a la de los grandes círculos de la Tierra.
¿Adónde ibamos ahora y qué es lo que nos reservaba el fu-turo?
Al salir del estrecho de Gibraltar, el Nautilus se había adentrado en alta mar. Su retorno a la
superficie del mar nos devolvió nuestros diarios paseos por la plataforma.
Subí acompañado de Ned y de Conseil. A una distancia de doce millas se veía vagamente el
cabo de San Vicente que forma la punta sudoccidental de la península hispánica. El viento
soplaba fuerte del Sur. La mar, gruesa y dura, impri-mía un violento balanceo al Nautilus.
Era casi imposible mantenerse en pie sobre la plataforma batida por el oleaje. Hubimos de
bajar en seguida tras haber aspirado algunas bocanadas de aire.