Page 213 - veinte mil leguas de viaje submarino
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¿Qué lazo existía entre aquellas almas heroicas y la del ca-pitán Nemo? ¿Desvelaba tal vez
                  aquella colección de retratos el misterio de su existencia? ¿Era tal vez el capitán Nemo un
                  campeón de los pueblos oprimidos, un liberador de las razas esclavas? ¿Había participado
                  en las últimas conmociones políticas y sociales del siglo? ¿Había sido tal vez uno de los
                  héroes de la terrible guerra americana, guerra lamentable y para siempre gloriosa?

                  Sonaron las ocho en el reloj, y el primer golpe sobre el timbre me arrancó a mis
                  pensamientos. Me sobresalté como si un ojo invisible hubiese penetrado en lo más
                  profundo de mi ser, y me precipité fuera del camarote.

                  Mi mirada se detuvo en la brújula. Nuestra dirección con-tinuaba siendo el Norte. La
                  corredera indicaba una veloci-dad moderada, y el manómetro una profundidad de unos
                  sesenta pies. Las circunstancias favorecían, pues, los proyec-tos del canadiense.

                  Regresé a mi camarote. Me vestí con la casaca de biso fo-rrada de piel de foca y el gorro de
                  piel de nutria y me puse las botas de mar. Ya dispuesto, esperé. Tan sólo el rumor de la
                  hélice rompía el profundo silencio que reinaba a bordo. Yo tendía la oreja, a la escucha, al
                  acecho de alguna voz que pu-diera indicar el descubrimiento del plan de evasión de Ned
                  Land. Me sobrecogía una inquietud mortal. En vano trataba de recuperar mi sangre fría.

                  A las nueve menos unos minutos me puse a la escucha del camarote del capitán. No oí el
                  más mínimo ruido. Salí de mi camarote y fui al salón, que estaba vacío y en
                  semipe-numbra.

                  Abrí la puerta que comunicaba con la biblioteca. Ésta se hallaba también vacía y en la
                  misma penumbra. Me aposté cerca de la puerta que daba a la caja de la escalera central, y
                  allí esperé la señal de Ned Land. En aquel momento, el ru-mor de la hélice disminuyó
                  sensiblemente hasta cesar por completo. ¿Cuál era la causa de ese cambio en la marcha del
                  Nautilus? No me era posible saber si aquella parada favore-cía o perjudicaba a los designios
                  de Ned Land.

                  Tan sólo los latidos de mi corazón turbaban ya el silencio. Súbitamente, se sintió un ligero
                  choque, que me hizo com-prender que el Nautilus acababa de tocar fondo. Mi inquie-tud se
                  redobló en intensidad. No me Regaba la señal del ca-nadiense. Sentí el deseo de hablar con
                  Ned Land para instarle a aplazar su tentativa. Me daba cuenta de que nuestra nave-gación
                  no se hacía ya en condiciones normales.

                  En aquel momento se abrió la puerta del gran salón para dar paso al capitán Nemo. Al
                  verme, y sin más preámbulos, me dijo:

                   ¡Ah!, señor profesor, le estaba buscando. ¿Conoce usted la historia de España?

                  Aun conociendo a fondo la historia de su propio país, en las circunstancias en que yo me
                  hallaba, turbado el espíritu y perdida la cabeza, imposible hubiera sido citar una sola
                  palabra.

                   ¿Me ha oído?  dijo el capitán Nemo . Le he preguntado si conoce la historia de España.
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