Page 217 - veinte mil leguas de viaje submarino
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Sí. Este condenado capitán tuvo que detenerse precisa-mente a la hora en que íbamos a
fugarnos.
Sí, Ned. Estuvo tratando un negocio con su banquero.
¿Su banquero?
O más bien su casa de banca; quiero decir que su ban-quero es este océano que guarda
sus riquezas con más segu-ridad que las cajas de un Estado.
Relaté entonces al canadiense los hechos de la víspera, y lo hice con la secreta esperanza de
disuadirle de su idea de aban-donar al capitán. Pero mi relato no tuvo otro resultado que el
de llevarle a lamentar enérgicamente no haber podido hacer por su cuenta un paseo por el
campo de batalla de Vigo.
¡En fin! suspiró . No todo está perdido. No es más que un golpe de arpón en el vacío.
Lo lograremos en otra oca-sión, tal vez esta misma noche si es posible.
¿Cuál es la dirección del Nautilus? le pregunté.
Lo ignoro respondió Ned.
Bien, a mediodía lo sabremos.
El canadiense volvió junto a Conseil. Por mi parte, una vez vestido, fui al salón. El compás
no era muy tranquiliza-dor. El Nautilus navegaba con rumbo Sur sudoeste. Nos
ale-jábamos de Europa.
Esperé con impaciencia que se registrara la posición en la carta de marear. Hacia las once y
media se vaciaron los de-pósitos y nuestro aparato emergió a la superficie. Me lancé hacia
la plataforma, en la que me había precedido Ned Land.
Ninguna tierra a la vista. Nada más que el mar inmenso. Algunas velas en el horizonte, de
los barcos que van a buscar hasta el cabo San Roque los vientos favorables para doblar el
cabo de Buena Esperanza. El cielo estaba cubierto, y se anunciaba un ventarrón.
Rabioso, Ned Land trataba de horadar con su mirada el horizonte brumoso, en la esperanza
de que tras la niebla se extendiera la tierra deseada.
A mediodía, el sol se asomó un instante. El segundo de a bordo aprovechó el claro para
tomar la altitud. El oleaje nos obligó a descender, y se cerró la escotilla.
Una hora después, al consultar el mapa vi que la posición del Nautilus se hallaba indicada
en él a 160 17' de longitud y 330 22' de latitud, a ciento cincuenta leguas de la costa más
cercana. Inútil era pensar en la fuga, y puede imaginarse la cólera del canadiense cuando le
notifiqué nuestra situación.