Page 218 - veinte mil leguas de viaje submarino
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En cuanto a mí, no me sentí muy desconsolado, sino, an-tes bien, aliviado del peso que me
                  oprimía. Así pude reanu-dar, con una calma relativa, mi trabajo habitual.

                  Por la noche, hacia las once, recibí la inesperada visita del capitán Nemo, quien me
                  preguntó muy atentamente si me sentía fatigado por la velada de la noche anterior, a lo que
                  le respondí negativamente.

                   Si es así, señor Aronnax, voy a proponerle una curiosa excursión.

                   Le escucho, capitán.

                   Hasta ahora no ha visitado usted los fondos submarinos más que de día y bajo la claridad
                  del sol. ¿Le gustaría verlos en una noche oscura?

                   Naturalmente, capitán.

                   El paseo será duro, se lo advierto. Habrá que caminar durante largo tiempo y escalar una
                  montaña. Los caminos no están en muy buen estado.

                   Lo que me dice, capitán, redobla mi curiosidad. Estoy dispuesto a seguirle.

                   Venga entonces conmigo a ponerse la escafandra.

                  Llegado al vestuario, vi que ni mis compañeros ni ningún hombre de la tripulación debía
                  seguirnos en esa excursión. El capitán Nemo no me había propuesto llevar con nosotros a
                  Ned y a Conseil.

                  En algunos instantes nos hallamos equipados, con los de-pósitos de aire a nuestras espaldas,
                  pero sin lámparas eléc-tricas. Se lo hice observar al capitán, pero éste respondió:

                   Nos serían inútiles.

                  Creí haber oído mal, pero no pude insistir pues la cabeza del capitán había desaparecido ya
                  en su envoltura metálica. Acabé de vestirme, y noté que me ponían en la mano un bas-tón
                  con la punta de hierro. Algunos minutos después, tras la maniobra habitual, tocábamos pie
                  en el fondo del Atlántico, a una profundidad de trescientos metros.

                  Era casi medianoche. Las aguas estaban profundamente oscuras, pero el capitán Nemo me
                  mostró a lo lejos un punto rojizo, una especie de resplandor que brillaba a unas dos mi-llas
                  del Nautilus. Lo que pudiera ser aquel fuego, así como las materias que lo alimentaban y la
                  razón de que se revivificara en la masa líquida, era algo que escapaba por completo a mi
                  comprensión. En todo caso, nos iluminaba, vagamente, es cierto, pero pronto me
                  acostumbré a esas particulares tinie-blas, y comprendí entonces la inutilidad en esas
                  circunstan-cias de los aparatos Ruhmkorff.
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