Page 215 - veinte mil leguas de viaje submarino
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su descarga, permaneciera embargado en la rada de Vigo hasta que se hubieran alejado las
                  flotas enemigas. Pero, mientras se tomaba esa decisión, la flota inglesa hacía su aparición
                  en la bahía de Vigo el 22 de octubre de 1702. Pese a su inferioridad material, el almirante
                  de Cháteau Renault se batió valientemente. Pero cuando vio que las riquezas del convoy
                  iban a caer entre las manos del enemigo, incendió y hundió los galeones, que se
                  sumergieron con sus inmensos tesoros.

                  El capitán Nemo pareció haber concluido su relato que, lo confieso, no veía yo en qué
                  podía interesarme.

                   ¿Y bien?  le pregunté.

                   Pues bien, señor Aronnax, estamos en la bahía de Vigo, y sólo de usted depende que
                  pueda conocer sus secretos.

                  El capitán se levantó y me rogó que le siguiera. Le obede-cí, ya recuperada mi sangre fría.
                  El salón estaba oscuro, pero a través de los cristales transparentes refulgía el mar. Miré.

                  En un radio de media milla en torno al Nautilus las aguas estaban impregnadas de luz
                  eléctrica. Se veía neta, clara-mente el fondo arenoso. Hombres de la tripulación equipa-dos
                  con escafandras se ocupaban de inspeccionar toneles medio podridos, cofres desventrados
                  en medio de restos en-negrecidos. De las cajas y de los barriles se escapaban lingo-tes de
                  oro y plata, cascadas de piastras y de joyas. El fondo estaba sembrado de esos tesoros.
                  Cargados del precioso bo-tín, los hombres regresaban al Nautilus, depositaban en él su
                  carga y volvían a emprender aquella inagotable pesca de oro y de plata.

                  Comprendí entonces que nos hallábamos en el escenario de la batalla del 22 de octubre de
                  1702 y que aquél era el lu-gar en que se habían hundido los galeones fletados por el
                  go-bierno español. Allí era donde el capitán Nemo subvenía a sus necesidades y lastraba
                  con aquellos millones al Nautilus. Para él, para él sólo había entregado América sus metales
                  preciosos. Él era el heredero directo y único de aquellos te-soros arrancados a los incas y a
                  los vencidos por Hernán Cortés.

                   ¿Podía usted imaginar, señor profesor, que el mar con-tuviera tantas riquezas?
                   preguntó, sonriente, el capitán Nemo.

                   Sabía que se evalúa en dos millones de toneladas la plata que contienen las aguas en
                  suspensión.

                   Cierto, pero su extracción arrojaría un coste superior a de su precio. Aquí, al contrario, no
                  tengo más que recoger lo que han perdido los hombres, y no sólo en esta bahía de Vigo sino
                  también en los múltiples escenarios de naufragios registrados en mis mapas de los fondos
                  submarinos. ¿Com-prende ahora por qué puedo disponer de miles de millones?

                   Sí, ahora lo comprendo, capitán. Permítame, sin embar-go, decirle que al explotar
                  precisamente esta bahía de Vigo no ha hecho usted más que anticiparse a los trabajos de
                  una sociedad rival.
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