Page 180 - veinte mil leguas de viaje submarino
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vida a cada célula, eran expulsados por un movimiento contráctd. Esa sustan-cia desaparece
                  tras la muerte del pólipo, y se pudre liberan-do amoníaco. Entonces no quedan más que las
                  fibras cór-neas o gelatinosas con un tinte rojizo de que se compone la esponja doméstica,
                  empleada para usos diversos según su grado de elasticidad, permeabilidad o resistencia a la
                  mace-ración.

                  Los políperos se adherían a las rocas, a las conchas de los moluscos, e incluso a los tallos
                  de los hidrófitos. Guarnecían las más pequeñas anfractuosidades, irguiéndose unos y
                  col-gando otros, como excrecencias coralígenas. Le informé a Conseil de las técnicas de
                  pesca de las esponjas, ya efectuada con dragas ya a mano. Este último método, muy similar
                  al usado con las perlas, también con buceadores, es preferible, pues al respetar el tejido del
                  polípero le deja un valor muy superior.

                  Los otros zoófitos que pululaban cerca de los espongla-rios consistían principalmente en
                  medusas de una especie muy elegante. Los moluscos estaban principalmente repre-sentados
                  por diversas variedades de calamares, que, según D'Orbigny, son de un tipo específico del
                  mar Rojo, y los rep-tiles, por tortugas virgata, pertenecientes al género de los quelonios,
                  que proporcionaron a nuestra mesa un plato sano y delicado.

                  Numerosos eran también los peces, y muchos de ellos muy notables. Las redes del Nautilus
                  subían frecuentemente a bordo rayas, entre ellas unas de forma ovalada y de color
                  ladrilloso, con el cuerpo lleno de manchas azules desiguales, reconocibles por su doble
                  aguijón dentado; arnacks de dor-so plateado; pastinacas de cola en forma de sierra; mantas
                  de dos metros de largo que ondulaban entre las aguas; aodon-tes, así llamados por su
                  absoluta carencia de dientes, cartila-ginosos próximos a los escualos;
                  ostracios dromedarios, cuya giba terminaba en un aguijón curvado de un pie y me-dio de
                  longitud; ofidios, verdaderas murenas de cola platea-da, lomo azulado y pectorales oscuros
                  bordeados por una estría grisácea; un escómbrido parecido al rodaballo, lista-do de rayas de
                  oro y ornado de los tres colores de Francia; soberbios carángidos, decorados con siete
                  bandas transver-sales de un negro magnífico, de azules y amarillos en las ale-tas, y de
                  escamas de oro y plata; centropodos; salmonetes ro-jizos y dorados con la cabeza amarilla;
                  escaros, labros, balistes, gobios, etc., y muchos otros comunes a los océanos que habíamos
                  atravesado ya.

                  El 9 de febrero, el Nautilus se hallaba en la parte más an-cha del mar Rojo, la comprendida
                  entre Suakin, en la costa occidental, y Quonfodah, en la oriental, separadas por cien-to
                  noventa millas. Al mediodía, el capitán Nemo subió a la plataforma donde ya me hallaba
                  yo. Me había prometido a mí mismo que no le dejaría descender sin antes haberle
                  pre-guntado cuáles eran sus proyectos. Pero nada más verme se dirigió a mí y me ofreció
                  amablemente un cigarro.

                   Y bien, señor profesor, ¿le gusta el mar Rojo? ¿Ha podi-do usted observar las maravillas
                  que recubre, sus peces y sus zoófitos, sus parterres de esponjas y sus bosques de coral? ¿Ha
                  entrevisto usted las ciudades ribereñas?

                   Sí, capitán Nemo, y el Nautilus se ha prestado maravi-llosamente a estas observaciones.
                  ¡Ah! ¡Es un barco inteli-gente!
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