Page 31 - veinte mil leguas de viaje submarino
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Se cargaron las válvulas, se reforzó la alimentación de car-bón y se activó el
                  funcionamiento de los ventiladores sobre el fuego. Aumentó la velocidad del Abraham
                  Lincoln hasta el punto de hacer temblar a los mástiles sobre sus carlingas. Las chimeneas
                  eran demasiado estrechas para dar salida a las espesas columnas de humo. Se echó
                  nuevamente la corre-dera.

                   ¿Y bien, timonel?  preguntó el comandante Farragut.

                   Diecinueve millas y tres décimas, señor.

                   ¡Forzad los fuegos!

                  El ingeniero obedeció. El manómetro marcó diez atmós-feras.

                  Pero el cetáceo acompasó nuevamente su velocidad a la del barco, a la de diecinueve millas
                  y tres décimas.

                  ¡Qué persecución! No, imposible me es describir la emo-ción que hacía vibrar todo mi ser.

                  Ned Land se mantenía en su puesto, preparado para lan-zar su arpón.

                  En varias ocasiones, el animal se dejó aproximar.

                   ¡Le ganamos terreno!  gritó el canadiense. ,

                  Pero en el momento en que se disponía al lanzamiento de su arpón, el cetáceo se alejaba,
                  con una rapidez que no puedo por menos de estimar en unas treinta millas por hora. Y en
                  alguna ocasión se permitió incluso ridiculizar a la fra-gata, impulsada al máximo de
                  velocidad por sus máquinas, dando alguna que otra vuelta en torno suyo, lo que arrancó un
                  grito de furor de todos nosotros.

                  A mediodía nos hallábamos, pues, en la misma situación que a las ocho de la mañana.

                  El comandante Farragut se decidió entonces por el recur-so a métodos más directos.

                   ¡Ah!  exclamó . Ese animal es más rápido que el Abra-ham Lincoln. Pues bien, vamos
                  a ver si es más rápido tarn-bién que nuestros obuses. ¡Contramaestre, artilleros a la ba-tería
                  de proa!

                  Inmediatamente se procedió a cargar y a apuntar el cañón de proa. Efectuado el primer
                  disparo, el obús pasó a algunos pies por encima del cetáceo, que se mantenía a media milla
                  de distancia.

                   ¡Otro con mejor puntería!  gritó el comandante . ¡Quinientos dólares a quien sea capaz
                  de atravesar a esa bestia in-fernal!
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