Page 26 - veinte mil leguas de viaje submarino
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Tan profunda era ya la oscuridad que yo me preguntaba cómo había podido verlo el
                  canadiense, por buenos que fue-sen sus ojos. Mi corazón latía hasta romperse.

                  Pero Ned Land no se había equivocado, y todos pudimos advertir el objeto que su mano
                  indicaba. A unos dos cables del Abraham Lincoln y por estribor, el mar parecía estar
                  ilu-minado por debajo. No era un simple fenómeno de fosfo-rescencia ni cabía engañarse.
                  El monstruo, sumergido a al-gunas toesas [L6]  de la superficie, proyectaba ese
                  inexplicable pero muy intenso resplandor que habían mencionado los informes de varios
                  capitanes. La magnífica irradiación debía ser producida por un agente de gran
                  poderluminoso. La luz describía sobre el mar un inmenso óvalo muy alargado, en cuyo
                  centro se condensaba un foco ardiente cuyo irresis-tible resplandor se iba apagando por
                  degradaciones suce-sivas.

                   No es más que una aglomeración de moléculas fosfores-centes  exclamó uno de los
                  oficiales.

                   No, señor  repliqué con convicción . Ni las folas ni las salpas son capaces de producir
                  una luminosidad tan fuerte. Ese resplandor es de naturaleza eléctrica... Además, ¡mire, mire
                  cómo se desplaza! ¡Se mueve hacia adelante y hacia atrás! ¡Se precipita hacia nosotros!

                  Un grito unánime surgió de la fragata.

                   ¡Silencio!  gritó el comandante Farragut . ¡Caña a bar-lovento, toda! ¡Máquina atrás!

                  Los marineros se precipitaron hacia la caña del timón y los ingenieros hacia sus máquinas.
                  El Abraham Lincoln, aba-tiendo a babor, describió un semicírculo.

                   ¡A la vía el timón! ¡Máquina avante!  gritó el comandan-te Farragut.

                  Ejecutadas estas órdenes, la fragata se alejó rápidamente del foco luminoso. Digo mal,
                  quiso alejarse, hubiera debido decir, pues la bestia sobrenatural se le acercó con una
                  veloci-dad dos veces mayor que la suya.

                  Jadeábamos, sumidos en el silencio y la inmovilidad, más por el estupor que por el pánico.
                  El animal se nos acercaba con facilidad. Dio luego una vuelta a la fragata cuya marcha era
                  entonces de catorce nudos y la envolvió en su resplandor eléctrico como en una polvareda
                  luminosa. Se alejó después a unas dos o tres millas, dejando una estela fosforescente
                  comparable a los torbellinos de vapor que exhala la locomo-tora de un expreso. De repente,
                  desde los oscuros límites del horizonte, a los que había ido a buscar impulso, el monstruo
                  se lanzó hacia el Abraham Lincoln con una impresionante rapidez, se detuvo bruscamente a
                  unos veinte pies de sus cintas, y se apagó, no abismándose en las aguas, puesto que su
                  resplandor no sufrió ninguna degradación, sino súbitamente y como si la fuente de su
                  brillante efluvio se hubiera extinguido de repente. Luego reapareció al otro lado del na-vío,
                  ya fuera por haber dado la vuelta en torno al mismo o por haber pasado por debajo de su
                  casco. En cualquier mo-mento podía producirse una colisión de nefastos efectos para
                  nosotros.
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