Page 29 - veinte mil leguas de viaje submarino
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había batido el mar con tal violencia. Un inmenso surco de blanca espuma des-cribía una
                  curva alargada que marcaba el paso del animal.

                  La fragata se aproximó al cetáceo, y pude observarlo con tranquilidad. Los informes del
                  Shannon y del Helvetia habían exagerado un poco sus dimensiones. Yo estimé su longitud
                  en unos doscientos cincuenta pies tan sólo. En cuanto a su grosor, no era fácil apreciarlo,
                  pero, en suma, el animal me pareció admirablemente proporcionado en sus tres
                  dimensiones.

                  Mientras observaba aquel ser fenomenal, vi cómo lanzaba dos chorros de agua y de vapor
                  por sus espiráculos hasta una altura de unos cuarenta metros. Eso me reveló su modo de
                  respiración, y me permitió concluir definitivamente que per-tenecía a los vertebrados, clase
                  de los mamíferos, subclase de los monodelfos, grupo de los pisciformes, orden de los
                  cetá-ceos, familia ... En este punto no podía pronunciarme todavía. El orden de los cetáceos
                  comprende tres familias: las ballenas, los cachalotes y los delfines, y es en esta última en la
                  que se inscriben los narvales. Cada una de estas familias se divide en varios géneros, cada
                  género en especies y cada especie en va-riedades. Variedad, especie, género y familia me
                  faltaban aún pero no dudaba yo de que llegaría a completar mi clasifica-ción, con la ayuda
                  del cielo y del comandante Farragut.

                  La tripulación esperaba impaciente las órdenes de su jefe Tras haber observado atentamente
                  al animal, el comandante llamó al ingeniero, quien se presentó inmediatamente.

                   ¿Tiene suficiente presión?  le preguntó el comandante.

                   Sí, señor  respondió el ingeniero.

                   Bien, refuerce entonces la alimentación, y a toda máquina.

                  Tres hurras acogieron la orden. Había sonado la hora del combate. Unos instantes después,
                  la dos chimeneas de la fra-gata vomitaban torrentes de humo negro y el puente se mo-vía
                  con la trepidación de las calderas.

                  Impelido hacia adelante por su potente hélice, el Abraham Lincoln se dirigió frontalmente
                  hacia el animal. Éste le dejó aproximarse, indiferente, hasta medio cable de distancia, tras
                  lo cual se alejó sin prisa, limitándose a mantener su dis-tancia sin tomarse la molestia de
                  sumergirse.

                  La persecución se prolongó así durante tres cuartos de hora, aproximadamente, sin que la
                  fragata consiguiera ga-narle al cetáceo más de dos toesas. Era evidente que con esa marcha
                  la fragata no le alcanzaría nunca.

                  El comandante Farragut se mesaba con rabia su frondosa perilla.

                    ¡Ned Land!  gritó.

                  Acudió a la orden el canadiense.
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