Page 27 - veinte mil leguas de viaje submarino
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Las maniobras de la fragata me sorprendieron. En vez de atacar, huía. El barco que había
                  venido en persecución del monstruo se veía perseguido. Como preguntara la razón de esa
                  inversión de papeles, el comandante Farragut, cuyo ros-tro tan impasible de ordinario
                  reflejaba entonces un asom-bro infinito, me dijo:

                   Señor Aronnax, ignoro cómo es el ser formidable con que tengo que habérmelas, y no
                  quiero poner en peligro im-prudentemente a mi fragata en medio de esta oscuridad.
                  Además, ¿cómo atacar a lo desconocido?, ¿cómo defenderse? Esperemos la luz del día y
                  entonces los papeles cambiarán.

                   ¿Le queda alguna duda, comandante, sobe la naturaleza del animal?

                   No, señor, es evidentemente un narval gigantesco, pero es también un narval eléctrico.

                   Quizá  dije  si emite descargas eléctricas sea tan ina-bordable como un gimnoto o un
                  torpedo.

                   Posiblemente  respondió el comandante , y si posee en sí una potencia fulminante debe
                  ser el animal más terri-ble que haya salido nunca de las manos del Creador. Por eso, hay
                  que ser prudentes.

                  Toda la tripulación permaneció en pie durante la noche, sin que nadie pensara en dormir.
                  No pudiendo competir en velocidad, el Abraham Lincoln había moderado su marcha. Por
                  su parte, el narval, imitando a la fragata, se dejaba mecer por las olas y parecía decidido a
                  no abandonar el escenario de la lucha.

                  Sin embargo, hacia medianoche desapareció, o, por em-plear una expresión más adecuada,
                  se «apagó» como una luciérnaga. ¿Habría huido? Cabía temer más que esperar que así
                  fuera. Pero, a la una menos siete minutos, pudimos oír un silbido ensordecedor, semejante
                  al producido por una co-lumna de agua exhalada con una extrema violencia.

                  El comandante Farragut, Ned Land y yo estábamos en ese momento en la toldilla,
                  escrutando ávidamente las profun-das tinieblas.

                   Ned Land, ¿ha oído usted a menudo el rugido de las ba-llenas?  preguntó el comandante.

                   Muchas veces, senor, pero nunca el de una ballena cuyo hallazgo me haya valido dos mil
                  dólares.

                   En efecto, se ha ganado usted la prima. Pero, dígame, ¿no es ése el ruido que hacen los
                  cetáceos al exhalar el agua por sus espiráculos?

                   El mismo ruido, señor, con la diferencia de que el que acabamos de oír es
                  incomparablemente más fuerte, No hay error posible, es un cetáceo lo que tenemos ante
                  nosotros. Y con su permiso, señor  añadió el arponero , mañana al despuntar el día le
                  diremos dos palabras a nuestro vecino.
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