Page 60 - veinte mil leguas de viaje submarino
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de meteorología, de geografía, de geología, etc., ocupaban en ella un lugar no menos
amplio que las obras de Historia Natural, y comprendí que consti-tuían el principal estudio
del capitán. Vi allí todas las obras de Humboldt, de Arago, los trabajos de Foucault, de
Henri Sain-te Claire Deville, de Chasles, de Milne Edwards, de Quatre-fages, de
Tyndall, de Faraday, de Berthelot, del abate Secchi, de Petermann, del comandante Maury,
de Agassiz, etc.; las memorias de la Academia de Ciencias, los boletines de dife-rentes
sociedades de Geografía, etcétera. Y también, y en buen lugar, los dos volúmenes que me
habían valido proba-blemente esa acogida, relativamente caritativa, del capitán Nemo.
Entre las obras que allí vi de Joseph Bertrand, la titu-lada Los fundadores de la Astronomía
me dio incluso una fe-cha de referencia; como yo sabía que dicha obra databa de 1865,
pude inferir que la instalación del Nautilus no se re-montaba a una época anterior[L7] . Así,
pues, la existencia sub-marina del capitán Nemo no pasaba de tres años como máxi-mo. Tal
vez me dije hallara obras más recientes que me permitieran fijar con exactitud la época,
pero tenía mucho tiempo ante mí para proceder a tal investigación, y no quise retrasar más
nuestro paseo por las maravillas del Nautilus.
Señor dije al capitán , le agradezco mucho que haya puesto esta biblioteca a mi
disposición. Hay aquí tesoros de ciencia de los que me aprovecharé.
Esta sala no es sólo una biblioteca dijo el capitán Nemo , es también un fumadero.
¿Un fumadero? ¿Se fuma, pues, a bordo?
En efecto.
Entonces eso me fuerza a creer que ha conservado usted relaciones con La Habana.
De ningún modo respondió el capitán-. Acepte este ci-garro, señor Aronnax, que
aunque no proceda de La Habana habrá de gustarle, si es usted buen conocedor.
Tomé el cigarro que me ofrecía. Parecía fabricado con ho-jas de oro, y por su forma
recordaba al «londres». Lo encendí en un pequeño brasero sustentado en una elegante
peana de bronce, y aspiré las primeras bocanadas con la voluptuosi-dad de quien no ha
fumado durante dos días.
Es excelente dije , pero no es tabaco.
No -respondió el capitán , este tabaco no procede ni de La Habana ni de Oriente. Es una
especie de alga, rica en ni-cotina, que me provee el mar, si bien con alguna escasez. ¿Le
hace echar de menos los «londres», señor?
Capitán, a partir de hoy los desprecio.
Fume, pues, sin preocuparse del origen de estos ciga-rros. No han pasado por el control
de ningún monopolio, pero no por ello son menos buenos, creo yo.
Al contrario.