Page 168 - La Ilíada
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los párpados y el prudente espíritu del dios. Sin perder un instante, fuese a la
habitación labrada por su hijo Hefesto —la cual tenía una sólida puerta con
cerradura oculta que ninguna otra deidad sabía abrir—, entró, y, habiendo
entornado la puerta, lavóse con ambrosía el cuerpo encantador y lo untó con
un aceite craso, divino, suave y tan oloroso que, al moverlo en el palacio de
Zeus, erigido sobre bronce, su fragancia se difundió por el cielo y la tierra.
Ungido el hermoso cutis, se compuso el cabello y con sus propias manos
formó los rizos lustrosos, bellos, divinales, que colgaban de la cabeza
inmortal. Echóse enseguida el manto divino, adornado con muchas
bordaduras, que Atenea le había labrado, y sujetólo al pecho con broche de
oro. Púsose luego un ceñidor que tenía cien borlones, y colgó de las perforadas
orejas unos pendientes de tres piedras preciosas grandes como ojos,
espléndidas, de gracioso brillo. Después, la divina entre las diosas se cubrió
con un velo hermoso, nuevo, tan blanco como el sol, y calzó sus nítidos pies
con bellas sandalias. Y cuando hubo ataviado su cuerpo con todos los adornos,
salió de la estancia, y, llamando a Afrodita aparte de los dioses, hablóle en
estos términos:
190 —¿Querrás complacerme, hija querida, en lo que yo te diga, o te
negarás, irritada en tu ánimo, porque yo protejo a los dánaos y tú a los
troyanos?
193 Respondióle Afrodita, hija de Zeus:
194 —¡Hera, venerable diosa, hija del gran Crono! Di qué quieres; mi
corazón me impulsa a efectuarlo, si puedo hacerlo y ello es factible.
197 Contestóle dolosamente la venerable Hera:
198 —Dame el amor y el deseo con los cuales rindes a todos los
inmortales y a los mortales hombres. Voy a los confines de la fértil tierra para
ver a Océano, padre de los dioses, y a la madre Tetis, los cuales me recibieron
de manos de Rea y me criaron y educaron en su palacio, cuando el
largovidente Zeus puso a Crono debajo de la tierra y del mar estéril. Iré a
visitarlos para dar fin a sus rencillas. Tiempo ha que se privan del amor y del
tálamo, porque la cólera anidó en sus corazones. Si apaciguara con mis
palabras su ánimo y lograra que reanudasen el amoroso consorcio, me
llamarían siempre querida y venerable.
201 Respondió de nuevo la risueña Afrodita:
212 —No es posible ni sería conveniente negarte lo que Aides, pues
duermes en los brazos del poderosísimo Zeus.
214 Dijo; y desató del pecho el cinto bordado, de variada labor, que
encerraba todos los encantos: hallábanse allí el amor, el deseo, las amorosas
pláticas y el lenguaje seductor que hace perder el juicio a los más prudentes.