Page 171 - La Ilíada
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hija de Fénix, que fue madre de Minos y de Radamantis igual a un dios; ni a
Sémele, ni a Alcmena en Teba, de la que tuve a Heracles, de ánimo valeroso, y
de Sémele a Dioniso, alegría de los mortales; ni a Deméter, la soberana de
hermosas trenzas; ni a la gloriosa Leto; ni a ti misma: con tal ansia te amo en
este momento y tan dulce es el deseo que de mí se apodera.
329 Replicóle dolosamente la venerable Hera:
330 —¡Terribilísimo Cronida! ¡Qué palabras proferiste! ¡Quieres acostarte
y gozar del amor en las cumbres del Ida, donde todo es patente! ¿Qué ocurriría
si alguno de los sempiternos dioses nos viese dormidos y lo manifestara a
todas las deidades? Yo no volvería a tu palacio al levantarme del lecho;
vergonzoso fuera. Mas, si lo deseas y a tu corazón le es grato, tienes la cámara
que tu hijo Hefesto labró, cerrando la puerta con sólidas tablas que encajan en
el marco. Vamos a acostarnos allí, ya que el lecho apeteces.
341 Respondióle Zeus, que amontona las nubes:
342 —¡Hera! No temas que nos vea ningún dios ni hombre: te cubriré con
una nube dorada que ni el Sol, con su luz, que es la más penetrante de todas,
podría atravesar para mirarnos.
346 Dijo, y el hijo de Crono estrechó en sus brazos a la esposa. La divina
tierra produjo verde hierba, loto fresco, azafrán y jacinto espeso y tierno para
levantarlos del suelo. Acostáronse allí y cubriéronse con una hermosa nube
dorada, de la cual caían lucientes gotas de rocío.
352 Tan tranquilamente dormía el padre sobre el alto Gárgaro, vencido por
el sueño y el amor y abrazado con su esposa. El dulce Sueño corrió hacia las
naves aqueas para llevar la noticia al que ciñe y bate la tierra; y, deteniéndose
cerca de él, pronunció estas aladas palabras:
357 —¡Poseidón! Socorre pronto a los dánaos y dales gloria, aunque sea
breve, mientras duerme Zeus, a quien he sumido en dulce letargo, después que
Hera, engañándole, logró que se acostara para gozar del amor.
361 Dicho esto, fuese hacia las ínclitas tribus de los hombres. Y Poseidón,
más incitado que antes a socorrer a los dánaos, saltó enseguida a las primeras
filas y les exhortó diciendo:
364 —¡Argivos! ¿Cederemos nuevamente la victoria a Héctor Priámida,
para que se apodere de los bajeles y alcance gloria? Así se lo figura él y de
ello se jacta, porque Aquiles permanece en las cóncavas naves con el corazón
irritado. Pero Aquiles no hará gran falta, si los demás procuramos auxiliarnos
mutuamente. Pero, ea, procedamos todos como voy a decir. Embrazad los
escudos mayores y más fuertes que haya en el ejército, cubríos la cabeza con
el refulgente casco, coged las picas más largas, y pongámonos en marcha: yo