Page 175 - La Ilíada
P. 175

Canto XV

                                          Nueva ofensiva desde las naves

                   Zeus se despierta, y Apolo lleva a los troyanos a las posiciones de antes de
               la intervención de Poseidón: dentro del campamento aqueo. Guiados por Zeus
               atacan las naves aqueas y les ponen en fuga.



                   1  Cuando  los  troyanos  hubieron  atravesado  en  su  huida  el  foso  y  la
               estacada,  muriendo  muchos  a  manos  de  los  dánaos,  llegaron  al  sitio  donde
               tenían los corceles a hicieron alto amedrentados y pálidos de miedo. En aquel
               instante despertó Zeus en la cumbre del Ida, al lado de Hera, la de áureo trono.
               Levantóse y vio a los troyanos perseguidos por los aqueos, que los ponían en

               desorden, y, entre éstos, al soberano Poseidón. Vio también a Héctor tendido
               en  la  llanura  y  rodeado  de  amigos,  jadeante,  privado  de  conocimiento,
               vomitando sangre; que no fue el más débil de los aqueos quien le causó la
               herida. El padre de los hombres y de los dioses, compadeciéndose de él, miró
               con torva y terrible faz a Hera, y así le dijo:

                   14 —Tu engaño, Hera maléfica e incorregible, ha hecho que Héctor dejara
               de combatir y que sus tropas se dieran a la fuga. No sé si castigarte con azotes,

               para que seas la primera en gozar de tu funesta astucia. ¿Por ventura no te
               acuerdas  de  cuando  estuviste  colgada  en  lo  alto  y  puse  en  tus  pies  sendos
               yunques,  y  en  tus  manos  áureas  e  inquebrantables  esposas?  Te  hallabas
               suspendida en medio del éter y de las nubes, los dioses del vasto Olimpo te
               rodeaban indignados, pero no podían desatarte —si entonces llego a coger a
               alguno, le arrojo de estos umbrales y llega a la tierra casi sin vida— y yo no
               lograba echar del corazón el continuo pesar que sentía por el divino Heracles,

               a  quien  tú,  promoviendo  una  tempestad  con  el  auxilio  del  viento  Bóreas,
               arrojaste con perversa intención al mar estéril y llevaste luego a la populosa
               Cos; allí le libré de los peligros y le conduje nuevamente a Argos, criadora de
               caballos, después que hubo padecido muchas fatigas. Te lo recuerdo para que
               pongas  fin  a  tus  engaños  y  sepas  si  te  será  provechoso  haber  venido  de  la

               mansión de los dioses a burlarme con los goces del amor.

                   34  Así  dijo.  Estremecióse  Hera  veneranda,  la  de  ojos  de  novilla,  y
               hablándole pronunció estas aladas palabras:

                   36 —Sean testigos la Tierra y el anchuroso Cielo y el agua de la Éstige, de
               subterránea  corriente  —que  es  el  juramento  mayor  y  más  terrible  para  los
               bienaventurados dioses—, y tu cabeza sagrada y nuestro tálamo nupcial, por el
               que nunca juraría en vano: No es por mi consejo que Poseidón, el que sacude
               la tierra, daña a los troyanos y a Héctor y auxilia a los otros; quizás su mismo

               ánimo le incita e impele, y ha debido compadecerse de los aqueos al ver que
               son derrotados junto a las naves. Mas yo aconsejaría a Poseidón que fuera por
   170   171   172   173   174   175   176   177   178   179   180