Page 99 - Cuentos de la selva para los niños
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Luego salimos de la ciudad y llegamos a un lugar lleno de árboles. En el
                            medio vimos una casa grande de estilo antiguo.

                            —Hemos llegado —dijo la vicerrectora—. Esta es la casa de mis abuelos.
                            Todos abajo, van a conocer una huerta ambateña.

                            De la casa salieron dos hombres, una señora y un chico mayor que noso-
                            tros.

                            —Buenas, ¿cómo están? —saludó la doctora Cevallos y nos presentó—.
                            Ellos  son  estudiantes  del  colegio  donde  trabajo  y  han  venido  a  conocer
                            Ambato. Nos van a ayudar a cosechar las frutas para hacer jucho.                                              99

                            Había árboles de varios tamaños, todos cargados de fruta. Por primera vez,
                            ví un arbusto lleno de claudias y árboles cargados de peras y de duraznos.
                            Los hombres treparon por una escalera hasta la copa de los capulíes para
                            cosecharlos. Cuando terminaron, tenían dos canastas llenas.

                            —Este año hubo bastante fruta —comentó uno de ellos—. La ceniza del
                            volcán Tungurahua le hizo bien a la tierra.


                            —Lucilita —dijo la vicerrectora a la señora que nos recibió—, ¿puede hacer
                            el jucho mientras vamos al mercado? Los chicos quieren comer llapinga-
                            chos con chorizo.

                            —Encantada señorita Julia, aquí les espero con el jucho listo.

                            Cuando llegamos al Mercado Central, recorrimos todas sus secciones. To-
                            dos nos moríamos del hambre.

                            —Seguro que muchos de ustedes nunca han entrado a un mercado, es
                            muy diferente a los supermercados en los que todo está enfundado o con-
                            gelado.  Vean  esta  belleza  —dijo  la  vicerrectora  señalando  el  puesto  de
                            frutas. Parecía un cuadro por la cantidad de colores que tenía.

                            Luego subimos al segundo piso donde primero comimos unas empanadas
                            de morocho riquísimas y después el plato tradicional de la ciudad.

                            —Si usted me permite doctora —dijo el profesor—, mientras nos sirven me
                            gustaría contarle a los chicos cómo se hace esta preparación.
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