Page 154 - Matilda
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Matilda se la quedó mirando con la boca abierta.
        —Llevaban  coches  robados  al  taller  de  tu  padre  —prosiguió  la  señorita
      Honey—, donde él cambiaba las matrículas, los pintaba de otro color y cosas por
      el estilo. Probablemente le habrán dado el soplo de que la policía iba tras él y
      hace lo que todos: marcharse a España, donde no pueden cogerle. Habrá estado
      mandando fuera su dinero durante años, para cuando llegara este momento.
        Se encontraban en el césped de la parte delantera de la bonita casa de ladrillo
      rojo con sus patinadas tejas rojas y sus altas chimeneas, y la señorita Honey aún
      tenía en la mano las tijeras de podar. Hacía una tarde excelente y por allí cerca
      cantaba un mirlo.
        —¡Yo no quiero ir con ellos! —gritó Matilda—. ¡No me iré!
        —Me temo que tendrás que hacerlo —dijo la señorita Honey.
        —¡Quiero  vivir  aquí  con  usted!  —exclamó  Matilda—.  ¡Por  favor,  déjeme
      vivir aquí con usted!
        —Me gustaría que pudieras —dijo la señorita Honey—, pero creo que no es
      posible.  No  puedes  dejar  a  tus  padres  sólo  porque  quieras.  Tienen  derecho  a
      llevarte con ellos.
        —¿Y  si  ellos  accedieran?  —preguntó  Matilda  ansiosamente—.  ¿Podría
      quedarme  con  usted  si  dijeran  que  sí?  ¿Permitiría  que  me  quedara  aquí  con
      usted?
        —Sí, sería maravilloso —dijo la señorita Honey, dulcemente.
        —¡Creo que accederán! —exclamó Matilda—. ¡Creo que sí! ¡La verdad es
      que no les importo nada!
        —Calma, calma —dijo la señorita Honey.












        —¡Tenemos que ir enseguida! —exclamó Matilda—. ¡Se van a marchar de
      un momento a otro! ¡Vamos! —gritó, cogiendo de la mano a la señorita Honey
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