Page 149 - Matilda
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Así lo hizo la señorita Honey, y al cabo de un par de semanas se trasladó a La
Casa Roja, el mismo lugar donde se había criado y donde, felizmente,
permanecían los muebles y cuadros familiares. A partir de entonces, Matilda se
convirtió en una visitante asidua. Iba allí todas las tardes, cuando salía de la
escuela, y entre la profesora y la niña comenzó a establecerse una estrecha
amistad.
Mientras tanto, en la escuela se estaban produciendo también grandes
cambios. Tan pronto como desapareció de escena la señorita Trunchbull, se
nombró director, en sustitución suya, al excelente señor Trilby. Poco después, a
Matilda la trasladaron al curso superior, donde la señorita Plimsoll no tardó en
comprobar que aquella sorprendente chiquilla era tan brillante como había dicho
la señorita Honey.
Una tarde, unas semanas después, Matilda estaba merendando con la señorita
Honey en la cocina de La Casa Roja, como hacía siempre después de clase,
cuando dijo de repente:
—Me ha sucedido una cosa muy extraña, señorita Honey.
—Cuéntamelo —dijo la señorita Honey.
—Esta mañana —dijo Matilda— y, sólo por distraerme, intenté mover algo
con los ojos y no pude. No se movió nada. Ni siquiera sentí el calor en los ojos.
Ha desaparecido el poder que tenía. Creo que lo he perdido del todo.
La señorita Honey untó parsimoniosamente de mantequilla una rebanada de
pan moreno y luego extendió sobre ella un poco de mermelada de fresa.
—Pensé que sucedería algo así —dijo.
—¿Sí? ¿Por qué? —preguntó Matilda.
—Bueno —dijo la señorita Honey—, es sólo una suposición, pero he aquí lo
que pienso. Mientras estabas en mi clase no tenías nada que hacer, no tenías que