Page 146 - Matilda
P. 146

La tiza dejó de escribir. Se balanceó durante unos instantes y luego de repente
      cayó al suelo con un tintineo y se partió en dos.



        Wilfred, que había vuelto a ocupar su sitio en la primera fila, gritó:
        —¡Se ha caído la señorita Trunchbull! ¡Está en el suelo!
        Ésa era una noticia sensacional y la clase entera saltó de sus asientos y se
      acercó a contemplar el espectáculo. El enorme corpachón de la directora estaba
      caído cuan largo era, fuera de combate.
        La señorita Honey se acercó enseguida y se arrodilló junto a ella.
        —¡Se  ha  desmayado!  —exclamó—.  ¡Está  sin  conocimiento!  ¡Que  vaya
      alguien inmediatamente a buscar a la enfermera!
        Tres niños salieron corriendo de la habitación.
        Nigel, siempre dispuesto a entrar en acción, dio un brinco y cogió la jarra de
      agua.
        —Mi padre dice que el agua fría es lo mejor para reanimar a una persona
      que se ha desmayado —dijo y, sin más, volcó el contenido de la jarra sobre la
      cabeza de la Trunchbull.
        Nadie protestó, ni siquiera la señorita Honey.
        Matilda  seguía  sentada  inmóvil  en  su  pupitre.  Se  sentía  extrañamente
      exultante. Experimentaba la sensación de haber conseguido algo que no era de
      este mundo, el punto más alto del cielo, la estrella más lejana. Había notado más
      maravillosamente  que  otras  veces  la  fuerza  que  se  concentraba  detrás  de  sus
      ojos, que corría como un fluido caliente por el interior de su cráneo. Sus ojos se
      habían vuelto abrasadoramente ardientes y habían empezado a surgir cosas de
      las  cuencas  de  sus  ojos  y,  entonces,  la  tiza  se  había  levantado  sola  y  había
   141   142   143   144   145   146   147   148   149   150   151