Page 142 - Matilda
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agua, la levantó asiéndola por el asa y miró dentro.
—Me alegra comprobar que esta vez no hay animales viscosos en mi agua.
En caso contrario, algo excepcionalmente desagradable les hubiera ocurrido a
todos y cada uno de los componentes de esta clase. Y eso la incluye a usted,
señorita Honey.
La clase permaneció tensa y en silencio. Para entonces ya habían aprendido
un poco de aquella tigresa y nadie quería correr el menor riesgo.
—Está bien —tronó la Trunchbull—. Vamos a ver cómo habéis aprendido la
tabla del tres o, por decirlo de otra manera, lo mal que os la ha enseñado la
señorita Honey.
La señorita Trunchbull estaba de pie, frente a la clase, con las piernas
separadas y las manos en las caderas, mirando con el ceño fruncido a la señorita
Honey, que permanecía en silencio a un lado.
Matilda, inmóvil en su pupitre de la segunda fila, miraba atentamente.
—¡Tú! —gritó la Trunchbull, señalando con un dedo del tamaño de un rodillo
de cocina a un niño llamado Wilfred.
Éste se encontraba sentado en el extremo de la derecha de la primera fila.
Wilfred se puso en pie.
—Recita la tabla del tres, pero al revés, empezando por el final —dijo con voz
tonante la señorita Trunchbull.
—¿Al revés? —tartamudeó Wilfred—. Pero así no la hemos aprendido.
—¡Eso es! —gritó triunfalmente la Trunchbull—. ¡No os ha enseñado nada!
Señorita Honey, ¿por qué no les ha enseñado absolutamente nada la última
semana?
—Eso no es cierto, señora directora —dijo la señorita Honey—. Han
aprendido la tabla de multiplicar por tres, pero no veo ninguna razón para que la
aprendan al revés. No tiene ningún sentido enseñar algo al revés. Aseguraría que
ni usted, por ejemplo, sería capaz de deletrear al revés una palabra tan sencilla
como « erróneo» de corrido. Lo dudo mucho.
—¡No sea impertinente, señorita Honey! —gritó la señorita Trunchbull, que
se volvió al infortunado Wilfred—. Muy bien, chico —dijo—. Contéstame esto. Si
tengo siete manzanas, siete naranjas y siete plátanos, ¿cuántas piezas de fruta
tengo en total? ¡Date prisa! ¡Vamos! ¡Dame la respuesta!
—¡Eso es una suma! —exclamó Wilfred—. ¡No es la tabla del tres!
—¡Tonto de capirote! —gritó la Trunchbull—. ¡Flemón purulento! ¡Hongo
venenoso! ¡Eso es la tabla de multiplicar por tres! ¡Tienes tres grupos distintos de
frutas y cada grupo tiene siete piezas! ¡Tres por siete son veintiuno! ¿No lo
entiendes, pedazo de alcornoque? Te daré otra oportunidad. Si tengo ocho
melones de invierno, ocho melones de verano y ocho melones como tú, ¿cuántos
melones tengo en total? ¡Vamos! ¡Contéstame enseguida!
El pobre Wilfred estaba totalmente confundido.