Page 141 - Matilda
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El tercer milagro
      A  L día siguiente era jueves y, como todos los alumnos de la señorita Honey
        sabían,  ese  día  la  directora  se  hacía  cargo  de  la  primera  clase  que  había
      después del almuerzo.
        Por la mañana, la señorita Honey les había dicho:
        —Uno o dos de vosotros no lo pasaron precisamente muy bien la última vez
      que  dirigió  la  clase  la  directora,  así  que  procuremos  todos  ser  especialmente
      cuidadosos y sensatos hoy. ¿Cómo están tus orejas tras el último encuentro con la
      señorita Trunchbull, Eric?
        —Me las ha agrandado —dijo Eric—. Mi madre dice que está segura de que
      son más grandes que antes.
        —Y  tú,  Rupert  —prosiguió  la  señorita  Honey—.  Me  alegra  ver  que  no
      perdiste nada de pelo después del jueves pasado.
        —La cabeza me dolió terriblemente luego —dijo Rupert.
        —Y tú, Nigel —dijo la señorita Honey—, ¿quieres hacer el favor de no ser un
      sabelotodo con la directora hoy? Realmente, la semana pasada te pasaste un poco
      con ella.
        —La odio —dijo Nigel.
        —Procura  que  no  se  te  note  tanto  —le  aconsejó  la  señorita  Honey—.  No
      sirve para nada. Ella es una mujer muy fuerte. Sus músculos son como cables de
      acero.
        —Me gustaría ser mayor para ajustarle las cuentas.
        —Dudo  que  pudieras  —dijo  la  señorita  Honey—.  Hasta  ahora  nadie  ha
      podido con ella.
        —¿De qué nos va a examinar esta tarde? —preguntó una niña pequeña.
        —Con  toda  probabilidad  de  la  tabla  de  multiplicar  por  tres  —respondió  la
      señorita Honey—. Eso es lo que se supone que habéis aprendido esta semana, así
      que procurad saberla.
        Llegó y pasó la hora del almuerzo.
        Después de él, se reunió la clase. La señorita Honey permanecía de pie, a un
      lado. Los alumnos estaban sentados en silencio, inquietos y expectantes. En ese
      momento,  entró  la  señorita  Trunchbull  en  la  clase  como  una  tromba,  con  sus
      pantalones  verdes  y  el  guardapolvo  de  algodón.  Se  fue  derecha  a  su  jarra  de
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