Page 148 - Matilda
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Un nuevo hogar
      E  SE mismo día, más tarde, comenzaron a circular noticias de que la directora
        se había recobrado de su desmayo y que se había marchado de la escuela
      con los labios apretados y el rostro blanco.
        A la mañana siguiente no fue a la escuela. A la hora del almuerzo, el director
      suplente, el señor Trilby, llamó por teléfono a su casa para saber si se encontraba
      mal. Nadie contestó al teléfono.
        Cuando terminaron las clases, el señor Trilby decidió indagar y se encaminó
      a la casa de las afueras en donde vivía la señorita Trunchbull, una casa preciosa,
      de estilo georgiano, de ladrillo rojo, conocida como La Casa Roja, situada en el
      bosque, detrás de las colinas.
        Llamó al timbre y no hubo respuesta.
        Aporreó con todas sus fuerzas la puerta y no hubo respuesta.
        Gritó « ¿Hay alguien en casa?» , pero no hubo respuesta.
        Intentó abrir la puerta y comprobó sorprendido que se hallaba abierta. Entró.
        La  casa  estaba  silenciosa  y  no  había  nadie  en  ella;  sin  embargo,  todos  los
      muebles se encontraban en su sitio. El señor Trilby subió al piso superior y se
      dirigió al dormitorio principal. Allí también parecía estar todo normal, hasta que
      abrió  cajones  y  armarios.  No  había  vestidos,  ropa  interior  ni  zapatos.  Habían
      desaparecido.
        « Se  ha  marchado» ,  se  dijo  el  señor  Trilby,  y  se  dirigió  a  informar  a  los
      administradores  de  la  escuela  de  que,  aparentemente,  la  directora  se  había
      esfumado.
        El segundo día por la mañana, la señorita Honey recibió una carta certificada
      de la oficina de un notario local informándole que había aparecido, repentina y
      misteriosamente, el testamento de su padre. El documento revelaba que, desde la
      muerte de su padre, la señorita Honey era, de hecho, la legítima propietaria de
      una casa situada en las afueras del pueblo, conocida como La Casa Roja, que,
      hasta  ahora,  había  ocupado  una  tal  señorita  Agatha  Trunchbull.  El  testamento
      indicaba  también  que  le  dejaba  a  ella  los  ahorros  de  toda  su  vida  que,
      afortunadamente, seguían a salvo en el banco. Añadía el notario en su carta que
      si la señorita Honey se dignaba ir por su oficina lo antes posible, la propiedad y el
      dinero serían transferidos de inmediato a su nombre.
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