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satisfactoriamente de las anomalías que afectaban al anterior mo-
delo ptolemaico, en el que la Tierra ocupaba el centro del universo.
Esta concepción geocéntrica del universo hay que atribuirla a
Platón, aunque fue Aristóteles quien la consolidó y Eudoxo quien
la dotó de un soporte matemático. El modelo platónico se puede
resumir en la existencia de una enorme esfera que rodea a nuestro
planeta y forma lo que se ha dado en llamar «el cielo». Esa esfera
rota diariamente y, de manera independiente, da también una
vuelta de período anual. Como explicación de la realidad, tiene sin
duda la ventaja de su simplicidad y de su concordancia aparente
con lo que podemos apreciar a simple vista, sin otro aparato de
medida que nuestros propios sentidos.
Ptolomeo, en el siglo rr, encontró una brillante solución alter-
nativa que permitía explicar con mayor precisión los movimientos
observados. En su concepción introdujo un complejo modelo de
esferas combinadas. Además postuló que, si bien todos los demás
astros se movían en tomo a nuestro planeta, su centro real era un
punto externo a la Tierra. El Sol, la Luna y todos los planetas gira-
ban sobre ese punto con velocidad uniforme y órbitas circulares.
En realidad, el sistema ptolemaico no era geocéntrico como el de
Aristóteles - la Tierra centro del universo-, sino geostático - la
Tierra inmóvil y los planetas girando alrededor del ecuante-. Esta
teoría no contradecía las ideas aristotélicas, sino que las comple-
mentaba como una especie de artificio geométrico que conciliaba
la visión filosófica del universo con los datos experimentales.
Durante los trece siglos siguientes, los cálculos astronómicos
fueron perfeccionándose y dieron lugar a contradicciones que se
iban resolviendo a base de complicar cada vez más el modelo pto-
lemaico. Sin embargo, la constatación empírica de nuevos datos y
la creciente complejidad que esas modificaciones añadían iban
conduciendo a un callejón sin salida La falta de precisión del sis-
tema se traducía en inconsistencias significativas en sus predic-
ciones. Por ejemplo, diferencias importantes entre el tiempo
predicho y el real en los eclipses y, sobre todo, el atraso del calen-
dario, lo que más tarde daría lugar a la reforma gregoriana de 1582.
Y aquí es donde intervino la mente abierta de Copérnico. Des-
plazó el centro hasta el Sol y enunció una concepción radicalmente
INTRODUCCIÓN 9