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Planck el espacio-tiempo pierda su continuidad, se rompa y su
        naturaleza cuántica contemple violaciones de los preceptos rela-
        tivistas. Al asomamos a ese estrechísimo margen de distancias,
        las partículas podrían exhibir su estructura interna de cuerdas
        y la gravedad mirarse por fin en el espejo del resto de interaccio-
        nes. Hoy en día se presenta como un territorio vedado a nuestra
        competencia tecnológica y,  presumiblemente, lo seguirá siendo
        durante décadas. Lejos de resignarse a la espera, los físicos ras-
        trean el espacio conocido a la caza de sombras o vestigios de la
        arquitectura de los niveles más profundos.
            En el rango de energías accesible, la relatividad ha superado
        todos los exámenes a los que se ha visto sometida.  Uno de los
        principales problemas para contrastar las hipótesis de Einstein es
        el grado de sutileza con el que corrigen las newtonianas. A su vez,
        perfeccionar la relatividad supone un desafío que coloca a los
        científicos en el límite mismo de su agudeza experimental. Du-
        rante mucho tiempo se consideró la relatividad general como un
        paraíso para los físicos teóricos, pero un purgatorio para los ex-
        perimentales. La situación ha conocido un vuelco durante las úl-
        timas décadas.
            En 1962, Irwin Shapiro concibió la que pasó a denominarse
        «la cuarta prueba de la relatividad general», que vino a sumarse a
        las tres clásicas ideadas por Einstein. Explota la circunstancia de
        que una onda electromagnética no solo sufre una desviación en
        la proximidad de un cuerpo muy masivo, como una estrella. Su
        trayectoria se ve perturbada en un espacio de cuatro dimensio-
        nes, que también acusa la coordenada temporal, y la onda acu-
        mula un retraso a lo largo de su recorrido. Este retraso no obe-
        dece a que la trayectoria curva sea más larga que la recta, se trata
        de un efecto puramente relativista. Para detectarlo, Shapiro di-
        señó un experimento que precisaba el concurso de una conjun-
        ción superior de Venus o Mercurio: los planetas, vistos desde la
        Tierra, debían alinearse con el Sol, colocándose detrás de la es-
        trella. Justo antes de entrar o salir de la conjunción se enviarían
        ondas de radio que se reflejasen en el planeta. Este viaje de ida y
        vuelta  les  tomaría más  tiempo  que  al  repetir  la experiencia
        cuando el Sol no se interpusiera. A pesar de los deseos de Shapiro






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