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Estados Unidos había alcanzado un punto de equilibrio razona-
ble. La herida abierta durante el divorcio de Mileva se había ce-
rrado, aunque quedara para siempre la cicatriz. De su hijo pequeño,
Eduard, Einstein no llegó a despedirse. Lo había dado por perdido
en el laberinto de la esquizofrenia desde que se le diagnosticara la
enfermedad a los veinte años. No dejó de preocuparse por su si-
tuación, a través de la familia o de los amigos de Suiza, donde
vivía internado en un sanatorio, pero durante los últimos años se
sintió incapaz de retomar el contacto.
«Para alguien que ha sido vencido por la edad, la muerte vendrá
como una liberación. Es algo que siento con intensidad, ahora
que yo mismo he envejecido y he terminado por considerar la
muerte como una vieja deuda, que al final hay que pagar.»
- EINSTEIN A GERHARD FANKHAUSER, PROFESOR DE BIOLOGIA EN PRINCETON.
Alérgico a cualquier solemnidad o pompa, y más si era fúne-
bre, Einstein no quiso protagonizar ningún funeral. Pidió que se
incinerase su cuerpo y que las cenizas se dispersaran al viento, en
un lugar desconocido. Justo antes de morir consiguió burlarse una
vez más de los gestos altisonantes que tanto aborrecía. Sus últi-
mas palabras las susurró en alemán, al oído de una desconcertada
enfermera del turno de noche, que no entendió una sílaba y no
pudo rescatarlas para la posteridad.
Albert Einstein murió en la madrugada del 18 de abril de 1955.
A su lado descansaban, incompletas, las ecuaciones que había ga-
rabateado a lápiz antes de dejarse vencer por el sueño.
LA CIENCIA DE EINSTEIN DESPUÉS DE EINSTEIN
Los postulados de la relatividad especial se han integrado con na-
turalidad en todos los estratos de la física. Hasta hizo buenas
migas con la mecánica cuántica, con quien forjó una alianza que
EL EXILIO INTERIOR 163