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proyección pública le atrajo en Alemania el odio de muchos com-
patriotas y su llamamiento a no colaborar en la caza de brujas,
instigada por el senador Joseph McCarthy en los años cincuenta,
levantó más· de una ampolla en Estados Unidos. Si no destacó
como un buen alemán ni como un norteamericano ejemplar, al
menos trató de pronunciarse con sinceridad y responsabilidad,
aunque corriese el riesgo de no contentar a nadie.
El 16 de octubre de 1933 arribó con Elsa al puerto de Nueva
York, de vuelta de una breve estancia en Europa. Después de
superar la cuarentena, tuvo que someterse por última vez al pro-
ceso de aclimatación a un nuevo centro académico, el Instituto
de Estudios Avanzados de Princeton, al que permanecería li-
gado el resto de su vida. Elsa quedó maravillada ante sus mé-
ritos arquitectónicos: «El lugar resulta encantador, de una
inspiración enteramente inglesa, estilo Oxford elevado a la
máxima potencia». Algunos científicos lo veían, sin embargo,
como un cementerio intelectual, una torre de marfil donde la
falta de contacto con los científicos experimentales y la dis-
pensa de obligaciones docentes terminaba por sofocar más que
estimular la creatividad.
Al tiempo que su dimensión pública se agigantaba, los físicos
iban perdiendo el interés por su obra. Abraham País recuerda
cómo al verlo entrar en una conferencia sobre física de partículas
se sintió descolocado, como le habría pasado al mismo Einstein si
en una de sus clases de Berna hubiera descubierto a Newton entre
el público, buscando un asiento libre.
En su esfuerzo sostenido durante décadas por lograr la unifi-
cación entre la gravedad y el electromagnetismo, Einstein logró
dar una interpretación geométrica a las ecuaciones de Maxwell,
pero dejando de lado las interacciones fuerte y débil, que rigen los
destinos del núcleo atómico. Su encaje de bolillos teórico tam-
poco arrojaba luz alguna sobre el excéntrico comportamiento
cuántico: la incertidumbre de Heisenberg no se manifestaba en
sus ecuaciones de campo.
Algunas piezas importantes para el puzle que pretendía en-
samblar todavía no se habían descubierto, pero en gran medida
hay que buscar la razón de su fracaso en su desinterés hacia la
158 EL EXILIO INTERIOR